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(Leyenda azteca)
EL CAZAHUATE, y el VENADO
Los Cazahuates y el Venado
Una joven preciosa que estaba sentada en la ribera de un río tenía
los pies sumergidos en el agua y cantaba dulcemente. Desde la espesura del
bosque contiguo alguien la escuchaba con suma atención, y pronto empezó a
acercarse a ella con mucho cuidado de no ser visto.
Al llegar, se sentó a su lado, mas la muchacha continuó cantando. Cuando terminó la melodía, ambos empezaron a hablar tímidamente. El nombre del recién llegado era Mazatlámac (Venado de la Orilla del Río), y el de la bella joven era Noachcaxóchitl (Flor de Amor).
Estuvieron platicando de sus vidas y finalmente el muchacho decidió decirle a Noachcaxóchitl la atracción que sentía por ella.
Al llegar, se sentó a su lado, mas la muchacha continuó cantando. Cuando terminó la melodía, ambos empezaron a hablar tímidamente. El nombre del recién llegado era Mazatlámac (Venado de la Orilla del Río), y el de la bella joven era Noachcaxóchitl (Flor de Amor).
Estuvieron platicando de sus vidas y finalmente el muchacho decidió decirle a Noachcaxóchitl la atracción que sentía por ella.
Muchos días he esperado este encuentro-- dijo el joven --. Créeme si te digo
que durante mis paseos por el bosque nuestro señor Ehécatl (Dios del Viento),
me había susurrado tu nombre al oído.
Permanecieron charlando hasta que los bailarines que flotan en los ojos del sol Tonatiuh terminaron sus danzas y cerraron los párpados del astro. Muy cerca de Tonatiuh, despertaba Tláloc, que pronto dejó sonar su ronca voz. Sus flechas, dulces gotas de lluvia, empezaron a caer sobre los rostros de los dos jóvenes, quienes rompieron a reir, pero la suave llovizna no tardó en convertirse en un fuerte aguacero y tuvieron que correr en busca de refugio.
Permanecieron charlando hasta que los bailarines que flotan en los ojos del sol Tonatiuh terminaron sus danzas y cerraron los párpados del astro. Muy cerca de Tonatiuh, despertaba Tláloc, que pronto dejó sonar su ronca voz. Sus flechas, dulces gotas de lluvia, empezaron a caer sobre los rostros de los dos jóvenes, quienes rompieron a reir, pero la suave llovizna no tardó en convertirse en un fuerte aguacero y tuvieron que correr en busca de refugio.
Después de corretear por el bosque, llegaron a una cueva repleta
de murciélagos. Éstos, desde la oscuridad, hablaron entre sí en voz baja un
buen rato y luego se adentraron en las profundidades de la gruta para ir a
comunicarle a su amo, Ichcatliltic (Bola Negra de Algodón), el arribo de
aquéllos dos extraños seres humanos.
Ichcatliltic se puso muy contento y se apresuró a vestirse con su
túnica de plumas de chachalacas y zopilotes.
Después, reunió a su grupo de enanos y mutilados y juntos comenzaron a subir
por los escalones socavados en las rocas. Pasaron por muchísimas galerías y
cruzaron estancias, iluminadas por los ojos brillantes de los búhos, hasta que
llegaron al refugio de los jóvenes. Cuando Noachcaxóchitl y Mazatlámac vieron a
Ichtliltic corrieron despavoridos hacia el bosque para esconderse. Pero el mago
no les dio tiempo y convirtió a Mazatlámac en un venado de piel leonada y
enorme cornamenta, aunque finalmente éste pudo escapar y evitar las flechas que
Ichtliltic le lanzaba.
Noachcaxóchitl no pudo escapar, ya que el brujo la paralizó y
ordenó a sus enanos que la arrastrasen al interior de la caverna, y que allí la
retuviesen hasta la llegada de la mañana. Los planes que tenía Ichcatliltic
eran casarse con ella y obligarla a vivir con él para el resto de sus días.
La bella joven fue encerrada en una de aquellas estancias oscuras
que tenía la morada del brujo, pero antes de finalizar la noche, el hechizo de
petrificación concluyó y Noachcaxóchitl pudo escapar por una grieta que había
en el techo. Más no iban a acabar tan bien las cosas: Ichcatliltic, que nunca
duerme, se dio cuenta de la fuga y puso todas sus energías en la persecución de
Noachcaxóchitl, hasta que la encontró en el bosque.
La furia del brujo cuando vio a la joven resultaba terrorífica.
Sus ojos centelleaban de rabia y movía las plumas de su capa como si fueran
puñales, mientras profería conjuros y hechizos terribles. Poco a poco, los
brazos de la joven fueron transformándose en ramas cargadas de tantas flores
blancas que terminaron por tocar el suelo. Pero en ese preciso instante,
Tláloc, que dejaba el reino de los muertos, observó el maleficio y ordenó a los
tlaloques que tocaran sus flautas, a la vez que él tocaba su caracola y dirigía
una melodía ensordecedora y llena de ira.
Mazatlámac, que estaba escondido esperando el momento adecuado
para liberar a su amada, comprendió que era imposible luchar contra
Ichcatliltic y se acercó al árbol. Luego, unió su cornamenta al ramaje y dejó
que las flores lo cubrieran por completo.
Todavía rabioso, el brujo tomó una de sus flechas y disparó contra el amor que unía a ambos jóvenes; tan bueno fue el disparo que alcanzó el corazón del venado, que cayó a los pies del florido árbol muriendo instantáneamente.
Todavía rabioso, el brujo tomó una de sus flechas y disparó contra el amor que unía a ambos jóvenes; tan bueno fue el disparo que alcanzó el corazón del venado, que cayó a los pies del florido árbol muriendo instantáneamente.
Es por eso que en otoño, cuando los cazahuates florecen, acuden a ellos los venados en busca del dulzor de sus capullos, y muchas veces sólo para encontrar la muerte.
Tomado del libro “Mitos y leyendas de los aztecas”, selección de Francisco Fernández.
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