Para explicar este segmento histórico y el
titular que le hemos asignado, tendremos que remontarnos al tiempo de las
“guerras religiosas europeas” desarrolladas entre 1524 al 1697, surgidas entre
varios países luego de la Reforma Protestante iniciada por el monje agustino
Lutero en la Alemania del siglo XVI, que llevó a un cisma de la Iglesia
Católica tanto en la Europa occidental como del norte de Europa. Para Martín Lutero las indulgencias eran una estafa y un engaño a los creyentes con
respecto a la salvación de sus almas, por lo que decidió clavar en la puerta de
la Iglesia de Wittenberg sus 95 tesis, arriesgando ser declarado hereje y arder
en la hoguera santa.
Estas ideas remecieron Europa y se
potenciaron con el advenimiento de la imprenta, provocando rivalidades entre
los reinos que adoptaron su opción religiosa, derivando en contiendas entre
católicos y protestantes que tuvieron como sesgo fundamental el ataque a sus
templos y la destrucción por parte de diversas sectas del protestantismo, como
los calvinistas y otros grupos anabaptistas, compuestos en general, por miles
de ex católicos o credos dentro del cristianismo, perseguidos y exterminados a
lo largo y ancho de Europa por el papado como cismáticos y herejes, mediante
bulas, y cruzadas, que ahora, despertaban al llamado de Lutero.
El 3 de enero de 152. El papa León X excomulga a Martín Lutero el gran
reformador de la iglesia, por considerarlo un hereje.
Esta reacción de estas sectas e
individuos, cuya gran batalla era conseguir la separación del pacto y virtual
sociedad Iglesia y Estado, que resultaba en la supremacía e inmunidad del
Papado, que fue la característica del dominio papal durante el llamado Imperio
Romano de Occidente, se manifestó en ataques a las iglesias por turbas
radicales que destruían las imágenes religiosas, decoraciones, piezas de arte,
íconos y todo aquello que se consideró una herejía, un acto de idolatría
intolerable y una adulteración de los Diez Mandamientos y del mandato de
Cristo, por parte de la religión Católica. Esto significó prácticamente un estado de
guerra interna en cada uno de los Estados europeos, con intervención de los
organismos policiales o militares, sea para disolver estas manifestaciones
populares y espontáneas contra la tiranía de la iglesia, o bien, para colaborar
con ella para proteger sus bienes e intereses. El resultado de estos ataques,
fue el desmantelamiento de la mayoría de los templos católicos resultando sus
imágenes, cuadros, vitrales e íconos y toda representación referida a la
adoración de su culto, destruidas e incineradas públicamente, fenómeno que pasó
a la historia como Furia iconoclasta o Beeldenstorm, traducido del neerlandés
como “tormenta de las estatuas”, donde también resultaron damnificados
conventos, iglesias y catedrales, así como muchísimos asesinatos de monjas y
sacerdotes. Los calvinistas creían que las iglesias
tenían que ser purificadas de las supersticiones papales; las imágenes de los
santos fueron pisoteadas y luego quemadas en público, las obras maestras de
famosos pintores fueron destruidas, así como toda iconografía. Al “limpiar” las
iglesias de imágenes y estatuas de santos y de costosas obras pictóricas,
destruir los altares ostentosos y privarlos del innoble lujo dorado
considerados signos de corrupción, los calvinistas pensaban que podían
restaurar el verdadero significado de la fe cristiana.
Estas guerras religiosas, que produjeron
gran mortandad y pobreza, tuvieron su origen probablemente en la profunda
crisis que sufría la Iglesia Católica debido a la difusión de las ideas
humanistas en Europa, que denunciaba las riquezas de la iglesia, los
privilegios fiscales de las propiedades eclesiásticas, la forma de vida
ostentosa y el libertinaje de la curia; la aplicación escandalosa de las
indulgencias y su erróneo concepto astronómico en base a la Biblia de que la
tierra estaba inmóvil y era el centro del universo, alrededor de la cual
giraban el resto de los planetas, enseñanza obligatoria en sus universidades,
contra la que muchos sabios y hombres cultos, dentro y fuera de la Iglesia,
discrepaban. Se dudaba y había duras críticas al papado
y la iglesia, porque las sociedades europeas se habían dado cuenta que el
Papado tenía un poder excesivo superior a los reyes y controlaba las
actividades económicas, llegándose a poner en duda incluso la legalidad de la
jurisdicción del Papa sobre toda la cristiandad y su derecho divino, que
utilizaba para conseguir en una mano el poder espiritual y temporal que hasta
ese momento, era una imposición hegemónica e inquebrantable del Papado. Tales guerras, que no fueron pocas y
fueron sumando diversos otros factores de divergencia, como límites
administrativos, fronteras, derechos civiles y otras libertades públicas,
transformaron no solo la geografía europea, sino que determinaron los sistemas
políticos, sociales, económicos y religiosos que se dieron sus países y reinos,
conformándose distintos bloques de poder.
Así ocurrió con la llamada Guerra de los
Campesinos Alemanes (1524-1525; O la Guerra de Kappel en Suiza (1529 y 1531;También
con la Guerra de Esmalcalda (1546-1547) en el Sacro Imperio Romano Germánico;
La Guerra de los Ochenta Años (1568-1648) en los Países Bajos; Las Guerras de
Religión de Francia (1562-1598); La Guerra de los Treinta Años (1618-1648 que
afectó al Sacro Imperio Romano Germánico, incluidos los conflictos en Austria y
Bohemia, Francia, Dinamarca y Suecia. Las Guerras de Los Tres Reinos (1639-
1651), que afectó a Inglaterra, Irlanda y Escocia; La Reforma Escocesa y las
Guerras Civiles; La Reforma Anglicana y la Guerra Civil; Las Guerras
Confederadas de Irlanda y la Conquista de Irlanda por Cromwell y la Guerra de
los Nueve Años. Pues bien, después de este desastroso
período que dejó una Europa dividida, pobre y transformada, pero libre para
algunos de sus países, de la ominosa tiranía espiritual y económica por parte
del Papado, la Iglesia Católica, golpeada en aquello que más le dolía, perder
los impuestos con que gravaba a todos los reinos europeos; el control de la
educación escolar, media y universitaria y ver mermada su autoridad espiritual
y temporal con que dominaba la política, los negocios y a los mismos reyes de
tales estados, se recogió sobre sí misma y porfiadamente emprendió una
reestructuración interna, pero sin aceptar sus errores, las razones y
argumentos puestos de relieve por Lutero y los otros reformistas, como los escándalos
de simonía, el negocio de las indulgencias y las tropelías e inmoralidad del
clero, con la justificación por la fe. Igualmente hizo caso omiso a las causas
que provocaron el cisma que mermó casi el cuarenta por ciento de sus
fieles, que se desafectaron del catolicismo y se incorporaron
mayoritariamente a los grupos religiosos reformistas.
Por el contrario, desde una trinchera
revanchista y obtusa, se alineó y puso todos sus recursos en combatir los
cambios culturales, científicos y de apertura al resto del mundo que proponía
el nuevo período del Renacimiento; desconoció el debilitamiento de la Iglesia y
desde el Concilio Ecuménico de Trento iniciado en 1545 hasta 1563, el más largo
de su historia, pasando por el pontificado del Papa Pío IV en 1560 hasta el fin
de la guerra de los treinta años que finalizó en 1648, dieron paso a la
renovación de su doctrina en base a una reestructuración eclesiástica más
combativa, para evitar el avance del protestantismo y recuperar los espacios
perdidos, reafirmando las premisas fundamentales de la Iglesia medieval. Así, centraron sus esfuerzos en la
fundación de seminarios para disciplinar a sus huestes, creando milicias u
órdenes religiosas como los capuchinos, carmelitas descalzos, ursulinas,
teatinos, paulistas o jesuitas, para consolidar el trabajo de las parroquias
locales. Ello devino en cambios de la liturgia, con
misas en el idioma natal y no en latín, un rito unificado conocido como Misa
Tridentina, bajo un misal que lo regula; se definió la eucaristía dogmáticamente
como un auténtico sacrificio expiatorio en que el pan y el vino se transformaba
en la carne y sangre auténticas de Cristo; se buscó dar mayor poder al Papa y
convertirlo en una especie de semidiós infalible; se instauró el canto
gregoriano, evitando la polifonía de coros y música no sacra; se buscó llevar
el arte a las iglesias con la aplicación de la decoración barroca; se
reestructuraron las celebraciones festivas para lo que se intentó reformar el
calendario Juliano, desfasado en diez días. Otra creación de esta Contra Reforma fue
la puesta en marcha de la fatídica Santa Inquisición, planificada
específicamente para socavar y destruir todo conato de las religiones
monoteístas de la competencia religiosa, el islam, el judaísmo y el
protestantismo, que desde ese mismo instante fueron condenadas como infieles;
brazo armado de la Iglesia, con poderes que traspasaban los religiosos y se
enquistaban en la legislación penal de los reinos, con el objeto de juzgar y
condenar sin contrapeso todo ataque al catolicismo y convertir en delitos de
Estado todo aquello que los Concilios planificasen como estrategia para
desmantelar tales credos a través de todo el planeta y así, imponer su
supremacía mundial y poder lanzarse a la conquista de nuevos territorios.
En especial, y en relación a estas
reliquias e imágenes sagradas profanadas por el protestantismo en toda Europa,
el Concilio de Trento en 1563, trató en la sesión XXV latamente el tema,
explicitando en uno de sus párrafos que: “Instruyan también a los fieles que deben venerar los santos cuerpos de los
santos mártires, y de otros que viven con Cristo, que fueron miembros vivos del
mismo Cristo, y templos del Espíritu Santo, por quien han de resucitar a la
vida eterna para ser glorificados, y por los cuales concede Dios muchos
beneficios a los hombres; “de suerte que deben ser absolutamente condenados,
como antiquísimamente los condenó, y ahora también los condena la Iglesia”, los
que afirman que no se deben honrar, ni venerar las reliquias de los santos, o que
es en vano la adoración de estas y otros monumentos sagrados que reciben los
fieles; y que son inútiles las frecuentes visitas a las capillas dedicadas a
los santos con el fin de alcanzar su socorro.” Así, este Concilio anatemizaba a los
autores de esta destrucción de sus iglesias, reliquias e imágenes y confirmaba
la doctrina de que es correcto venerar los cuerpos de los mártires y de los
santos, así como las reliquias en general. Entre las medidas de corto plazo, estaba la reposición de las sagradas reliquias
a las iglesias europeas damnificadas, en cumplimiento al Canon 1237, # 2
que expresa “que debe observarse la antigua tradición de colocar bajo el
altar fijo reliquias de los Mártires o de otros Santos, según las normas
establecidas en los libros litúrgicos”. Estas instrucciones calaron
profundamente en la cúpula eclesiástica, que buscaba una forma novedosa y
potente, para recuperar el decaído ánimo de sus huestes y fortalecer el culto
de sus iglesias europeas damnificadas.
En 1578, mientras se realizaban trabajos
en el subsuelo de Roma, unos obreros descubren un largo túnel y luego
unas cavernas repletas de esqueletos humanos. Años después cuando el arqueólogo
GB de Rossi comunicó al Papa Pío IX que se habían encontrado las tumbas de
varios antiguos papas, el pontífice no le creyó, pero las inscripciones en las
tumbas no dejaban lugar a dudas. La Iglesia, conmocionada por tal hallazgo,
determina sin excesivo rigor, que tales cadáveres depositados en las galerías
subterráneas son sin duda restos de mártires de la época romana, por lo que
toman todas las medidas para apropiarse de tales descubrimientos y sus cúpulas
dirigentes idean reemplazar las reliquias destruidas en sus iglesias europeas
con estos esqueletos sagrados, ya que corresponden a sus mártires y santos
sacrificados según afirman, en los circos romanos, de orden de los Emperadores
que odiaban al cristianismo. El problema era, cómo identificar entre estos
miles de cadáveres y restos polvorientos que yacían allí por tantos siglos, y
cuáles eran realmente los cristianos, ya que no existía señal alguna que
pudiera identificarlos. No tardó en venir la solución, los
exorcistas eclesiales, afirmaron que el Espíritu Santo y la aplicación de agua
bendita en las antiguas tumbas, haría brillar el resplandor áureo del alma de
los martirizados y santos, distinguiéndolos del resto, en esas oscuras
cavernas. Otros sistemas de identificación hablaban que tales mártires podían
ser identificados claramente por el etéreo resplandor dorado que emitían en la
oscuridad sus restos benditos, así como el aroma delicioso que sus cuerpos
desprendían, a diferencia de los mortales comunes, lo que motivó la
contratación de físicos expertos para estas prospecciones.
También, se encontraron muchas tumbas
marcadas con la letra M, que seguramente significaba alguien llamado Marcos u
otro nombre. Pero los iluminados presbíteros, insistían que ello significaba
simplemente Mártir, por lo que todos estos fueron escogidos, sin mayor
examinación. Para otros, cualquier sedimento deshidratado en los huesos, que se tomaba por
sangre seca, indicaba santidad. El otro problema era la identificación de los
santos y el nombre de los mártires. Tal monumental tarea fue encomendada por el
papado a prestigiados síquicos, mentalistas y clarividentes cuidadosamente
seleccionados, que pasaban horas meditando en las galerías de estas catacumbas
llenas de tumbas, hasta que sus esfuerzos eran recompensados y corrían a
señalar un esqueleto afirmando este era sin duda un hombre de Dios, para luego
de otros minutos de concentrada meditación, dar con el nombre y cargo que
el esqueleto escogido tuvo en vida. También los papas, a lo menos hasta el
siglo X, fueron considerados clarividentes y tenían el poder de identificar
tanto a un santo como a un mártir. Este proyecto fue unánimemente aceptado y
una gran cantidad de estos restos óseos, escogidos como los más completos y
adecuados para conseguir el engaño maestro, fueron embalados cuidadosamente,
provistos de una certificación escrita y firmada, tal vez una Bula, donde la
Iglesia los reconoce como mártires o santos y avala que los ha identificado
pertinentemente. Estos esqueletos son enviados a Suiza, Alemania y Austria
especialmente, como también a otros países que luego se los requirieron, así
como a comerciantes particulares, museos, autoridades y gobiernos, que los
compran a buen precio como reliquias familiares y objetos de precioso culto.
Una vez en su destino, y no cabe duda que
por instrucciones expresas del Papado, los rectores católicos de tales jurisdicciones,
proceden a vestir regiamente a estos esqueletos, con la intención de
impresionar a los fieles y en particular a los protestantes, para hacer ver la
inclaudicable pujanza de la Iglesia Católica y para representar la riqueza y
suntuosidad que reciben en el Paraíso católico los servidores del Señor,
relacionando estos cadáveres con la descripción de la Jerusalén celestial,
repleta de joyas, que se hace en el Libro de las Revelaciones. Tales cadáveres
y esqueletos de la antigua Roma, exhumados en sus catacumbas ilegalmente y bajo
nombres ficticios fueron enviados entre los siglos XVI y XIX desde el Papado de
Roma a Centroeuropa como reliquias genuinas de santos y mártires. Una vez en esas tierras, los Obispos europeos encargan a los conventos de monjas,
ya que tales restos deben ser manipulados por manos santificadas, para que
procedan a conseguir de la comunidad los recursos y joyas con que deben
adornarlos para luego exhibirlos en el altar, a los pies de Jesucristo. Esta
tarea fue industriosa y larga, ya que algunos de estos esqueletos demoraron
hasta cinco años para poder exhibirse, ya que tales preciosos restos no podían
ser cubiertos sino con los metales más valorados y las telas más suntuosas de
la tierra.
Finalmente, cientos de estos esqueletos,
sino miles, empezaron a engalanar las catedrales e Iglesias más importantes de
Europa durante tres siglos, dando origen a cultos y alabanzas especiales, ya
que cada una de ellas competía por tener el santo más importante y portador de
las más finas joyas. Y no solo eso, sino quien tenía más mártires y santos
connotados en su Catedral o Basílica. Aun hoy, nos dice Paul Koudounaris, en la
Catedral alemana de Waldsassen se encuentran doce de estos esqueletos en
exposición, constituyendo la más selecta exposición de esqueletos enjoyados que
existe. Es como la Capilla Sixtina de la Muerte, para adorar un esqueleto
sagrado cada mes del año. Además, se hicieron muy famosos porque la
gente los adoraba y ofrendaba sacrificios y peticiones, paseándolos en romerías
públicas por la ciudad, en la idea que tales embajadores componían el círculo
más íntimo de Jesús en el séptimo cielo y por lo tanto eran milagrosos y
capaces de interceder ante Dios. Durante estos siglos fueron cientos de miles
los fieles engañados, que de buena fe peregrinaron a estas catedrales, pusieron
romerías, ofrendas y mandas y se encomendaron a estos santos enjoyados con oro
y piedras preciosas.
Así nos lo cuenta Paul Koudounaris,
apodado el cazador de reliquias, historiador de arte norteamericano, fotógrafo
y autor de su famoso libro “Cuerpos Celestiales” publicado en 2013, quien tiene
el mérito de ser su re descubridor, ya que sabiendo que en el siglo XIX, tales
esqueletos debieron ser retirados de los altares por la Iglesia, al quedar su
santidad en entredicho, y condenada esta bárbara adoración por autoridades
civiles y la sociedad, dedicó mucho tiempo y trabajo en investigar en
sótanos y subterráneos de antiguas iglesias, hasta descubrir en ignotos
escondrijos y cuartos secretos estos restos viajeros. Muchos de estos esqueletos, aún
permanecían con sus ricas vestimentas, siendo el primero que lograba
fotografiarlos después de cuatrocientos años de encubrimiento y rescatarlos
para la sociedad moderna, pues su historia y esta nueva falsificación eclesial,
constituía uno de los temas tabúes, que el Vaticano manejaba en carácter de
secretísimo. No eran santos ni tampoco fueron mártires.
Era imposible asegurar tal patraña, pero sin embargo la Iglesia Católica no
tuvo dudas en comprometer su prestigio y asegurar que sí lo eran, por ser
conocidos y milagrosos personajes pertenecientes al santoral oficial de la
Iglesia, constituyéndose en poderosas reliquias que solo podían exhibirse en
los más importantes templos de oración como protectores de las comunidades. La superchería fue cuidada con todo
detalle pues todos estos falsos santos fueron vestidos y representados con los
atuendos de época de acuerdo a sus dignidades religiosas. Corona, anillos y
espada de oro si fue noble; armadura de plata y armas si soldado; hábito y cruz
de oro si fue monje; pecheras con incrustaciones de diamantes, aros, collares y
pulseras de oro, amatistas y perlas si fue mujer.
Los lectores pueden ver sus fotos fácilmente
en internet solo colocando en Google
-esqueletos enjoyados- y junto conmigo meditar sobre estas escenas
horripilantes y macabras de tan dudoso gusto, de estos santos de las catacumbas
con sus cuerpos esqueletizados, engalanados y embellecidos con ornamentos de
fina orfebrería dignos de reyes y emperatrices. Regiamente vestidos con atuendos de seda y brocado, pelucas rubias, mórbidos
dedos engalanados con anillos de diamantes, rubíes y esmeraldas junto a
collares de perlas milenarias, estos exquisitos esqueletos de pómulos rellenos
con fina cera y cuencas de sus ojos relumbrantes de piedras preciosas, con sus
rostros debidamente maquillados y una dentadura perfecta revestida de oro, eran
sin duda figuras trágicas y espeluznantes, seres privilegiados de un arte
estremecedor que deja al desnudo la estulticia de estos monjes traficantes de
la muerte, que festinan lo que dicen adorar. Aunque la venta de reliquias era
considerada simonía, acción o intención de negociar con cosas espirituales,
casi todas las iglesias del centro de Europa lograron financiación para hacerse
con algunos de estos santos cubiertos de joyas. Durante casi tres siglos estos cadáveres
ornamentados fueron venerados como protectores de las comunidades siendo
objetos de plena adoración. En el siglo XIX y con la llegada de la Edad
Moderna, muchos de estos presuntos mártires y hombres santos habían sido
denunciados como falsificaciones, desnudando la inmoralidad de la Iglesia, que
ante el escándalo y el repudio público debió retirarlas de los altares y
esconderlas en desvanes y depósitos secretos de las iglesias. Estos
falsos santos resultaron ser una fuente de vergüenza para los fieles y aquellos
pontífices de la cúpula papal que patrocinaron esta criminosa modalidad.
El emperador José II de Austria decretó
que cualquier reliquia que no tuviera una procedencia firme y convincente debía
ser retirada de las iglesias, museos u otros lugares públicos. Su molestia
nació porque su madre María Teresa fue engañada al vendérsele al monasterio que
patrocinaba, un santo que la Iglesia aseguraba tenía consanguineidad directa
con su familia y que era San Federico. Manifiestamente ello era una gran
falsedad porque era imposible que hubiera alemanes y nombres como Federico en
las catacumbas romanas. Hay muchos a los que sorprenderá saber que
entre estas falsificaciones católicas, estaba el famoso San Valentín,
encontrado en los sótanos de la Catedral en Walssasen, Alemania. Mártir
cristiano muerto en la vía Flaminia, cerca del puente Milvio, Patrono de los enamorados,
cuyo mito floreció justamente en Europa en el siglo XIV, que tiene consagrado
el 14 de febrero como “la celebración del día del amor y la amistad” celebrado
en todo el mundo, y que es una de las falsas reliquias encontrada y
fotografiada por Koudounaris. Más les sorprenderá saber, que tanto este
santo de los enamorados, como la leyenda que se le anexa, son solo otra patraña
eclesial, para conseguir adeptos interesados. Así han inventado muchos santos y sus
historias, para que sean adoptados por las viudas, los sufrientes, los
solitarios, los que desean mejor suerte en las lides del amor, los jugadores y
hasta los ladrones y pillastres, que ya sabemos se identifican con el buen
ladrón, compañero de crucifixión de Jesús y que por supuesto ahora como santo,
se supone distinguido miembro de la cohorte celestial. Así San Judas Tadeo, es el patrono de las
causas imposibles y ha sido adoptado por los narcos mexicanos; Santa Martaes
considerada la patrona de las amas de casa y las cocineras de los hoteles; en
la modernidad su culto hace furor entre las empleadas domésticas y Nanas. San
Martín de Porres, es patrono de los barberos, estilistas, depilado brasilero y
cultores de ese oficio. Santa Dorotea de los jardineros; San Juan de Dios,
encerrado como loco en un siquiátrico, ahora santo, es patrono de los
enfermeros, hospitales y bomberos y por supuesto patrono principal de los
orates y locos de atar. Apostando los ideólogos de este proyecto,
que a mayor fama y prestigio de los santos y mártires que exportaban a las
diferentes Catedrales europeas, mejor sería el monto que se pagaría por ellos,
no dudaron en ofertar aquellos que presentaban un variado currículo de santidad
y milagros y cuya fama o historicidad traspasaba las fronteras. Por eso mandaron, sin vacilación ni
escrúpulo alguno, nada más ni nada menos que el esqueleto de San Constantino,
feroz Emperador romano, quizás el más famoso de todos, que hizo tratos con un
sector del cristianismo para reclutarlos al servicio del Imperio como religión
oficialista y el cual es adorado principalmente por la rama del catolicismo
griego, quien lo declaró santo patrono, enviando la Iglesia un esqueleto
cualquiera, a quien adosaron falsas credenciales para probar su autenticidad,
encontrado también en Alemania por Koudounaris en la Catedral de Walsassen. A
su vez, una mano de este gran emperador, fue vendida como genuina y se exhibió
por siglos en una Iglesia de Rorschasch, en Suiza.
La historia nos dice que Constantino el
Grande murió en su castillo de Izmir, Turquía y enterrado en Constantinopla.
Malamente iba a encontrarse en una Catacumba romana, pero para la Iglesia de
ayer, como pasa igual hoy, importa más que la verdad, el oro que puede caer en
sus arcas sin fondo. Podríamos mencionar casi un centenar de
estos bochornosos negocios de tráfico de osamentas de esta Iglesia
impresentable, pero solo mencionaremos unos pocos más, como Santa Mundicia,
mártir de las Catacumbas, santa patrona de las solteronas, encontrada en la
Iglesia de San Pedro de Múnich, Alemania; Máximo, encontrado en Burglen,
Suiza, famoso Patrono de los pobres; San Pancracio Mártir, muerto hacia el año
305, encontrado con su regia armadura puesta, patrón de la juventud, contra
falsos testigos y falsos testimonios, contra perjurio, calambres, espasmos,
dolores de cabeza; casi tan bueno como el mentol. Rezar su novena dicen que da
dinero urgente y rápido empleo. Se celebra el 21 de mayo. Y por último, la guinda de la torta, San Longino, el soldado romano que la
leyenda cuenta que traspasó con su lanza el costado de Jesús, un sujeto que no
tiene nombre ni ha sido nunca identificado como un ser real, pero sobre el cual
la Iglesia tejió una leyenda fantasiosa que coronó con su bizarra santificación
por un Papa despistado. Identificados sus restos de la misma poca ortodoxa
manera que los anteriores, su esqueleto enjoyado se exhibió por siglos en una
iglesia de Tunzenberg, Alemania.
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