//Por; Jesús Hoyos Hernández//Estad0s//Revolución//Puebla//
Desde cuando se celebra la batalla del 5 de mayo, como fiesta nacional
El 16 de febrero de 1863, Benito Juárez expidió un Decreto en el cual, los días 5de mayo de cada año se considerarían como fiesta nacional. Cinco años mas tarde, el lunes 4 de mayo de 1868, a las cuatro de la tarde, Juárez descubrió el monumento al General Ignacio Zaragoza —realizado por los hermanos Tanagassi— en el Panteón de San Fernando:
“En una caja de madera forrada de terciopelo negro con cintas de oro, dentro de la cual hay otra de metal de zinc, encontrándose a un cadáver que al momento fue reconocido como el del General Zaragoza, el cual se conserva íntegro sin mutilación alguna, vestido con un uniforme azul, botonadura de metal con águila y dos letras, chaleco negro de terciopelo, gorra militar bordada de oro, anteojos con armazones de oro notándose el vidrio correspondiente al ojo derecho roto”.
Así fue descrita la exhumación de los restos del General Ignacio Zaragoza cuando esa fecha sus restos fueron colocados en un nuevo monumento en el mismo Panteón San Fernando con la presencia del Presidente Juárez y la de los oradores de la ceremonia Justo Sierra, Guillermo Prieto, José María Iglesias, Joaquín Villalobos y Alfredo Chavero (puros reclutas de la oratoria).
Cuando se cumplieron 99 años de su proeza, en 1961, el Doctor Alfredo Toxqui de Lara, hizo la petición original, frente a la tumba del héroe de San Fernando, de que sus restos retornaran a Puebla, al escenario físico de su gloria, a los Fuertes de Loreto y Guadalupe, la ciudad de su crepúsculo humano. La historia asistió la justa petición, pero no fue sino hasta 1976, en otro 5 de mayo, cuando el Presidente Luis Echeverría, decretó lo correspondiente.
Así, bajo el sol incomparable de mayo y después de 114 años, Zaragoza retornó a la ciudad de su nombre que, respetuosa y conmovida, en medio de la lluvia de rosas blancas —las flores de la fraternidad de José Martí— lo recibió cariñosamente, ungida de emoción Republicana ante un cuerpo, no cenizas, que permanecía intacto, vestido con su uniforme de gala, con los imprescindibles anteojos calados, las botas puestas y el rictus señalado, como hace más de una centuria.
El 5 de mayo de 1979 se reinhumaron los restos de doña Rafaela Padilla de Zaragoza en el monumento erigido a la memoria del gran vencedor. Tras 118 años de separación, volvieron a encontrarse los amados esposos. Los años de zozobra que se vivieron en México en aquel tiempo de sangre y lucha por mantener la independencia de la patria marcaron la vida de Ignacio y Rafaela.
En guerra contra los conservadores, Zaragoza se casó con su mujer por poder y representado por su hermano Miguel. Lejos de ella, en Veracruz, al frente del Ejército Nacional supo de la pleuresía que afectaba a su esposa, grave dolencia que siempre ocultó al Presidente Juárez. La noche del 13 de enero de 1862 llegó la terrible noticia: Rafaela había muerto unas horas antes de cumplir los 26 años de edad. Sin abandonar su puesto, el militar afrontó solo su duelo familiar, íntimo y profundo.
Rafaela fue enterrada originalmente en el cementerio de San Diego, en la capital, y luego trasladada a San Fernando en una fosa distinta a la de Ignacio. Para el reencuentro, por la anuencia del Presidente José López Portillo, que bien sabía de las penas que aquejan a los amantes, y la simpatía de los descendientes, sus restos se unieron a los de Ignacio en la misma tumba poblana.
“Si el cumplimiento del deber los separó, ha sido la voluntad misma del pueblo la que los ha vuelto a reunir”. Aquí, en Puebla ambos reposan en paz.
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