Por; Jesús Hoyos Hernández//Nacional//Análisis//Política//Opinión//Resistencia//Comunicados y propuesta//
POSICIÓN DEL FRENTE ORIENTE ANTE EL PRÓXIMO PROCESO
ELECTORAL
EL SISTEMA ELECTORAL:
INSTRUMENTO EFICAZ DE LEGITIMACIÓN DEL SISTEMA POLÍTICO
BURGUÉS Y DE DISCIPLINAMIENTO SOCIAL
Las movilizaciones populares en los últimos años (p.e. la APPO (Asamblea popular de los Pueblos de Oaxaca) en 2006, la huelga
estudiantil de la UACM,
las juntas del buen gobierno del EZLN) expresan resistencias con una
potencialidad revolucionaria. El movimiento #YoSoy132 significó para muchos, la
convergencia de las potencialidades presentes, la posibilidad de construcción
de un sujeto político transformador, de ruptura con la institucionalidad del
régimen, sin embargo, se quedó sólo en una posibilidad, pues no entendió la
perspectiva clasista de la lucha de clases y el papel del alicaído proletariado
mexicano.
A finales de los años sesenta México vivió una encrucijada
parecida. Entonces se planteó el dilema: ruptura o reforma. Del lado de la
ruptura, consciente o inconscientemente, los jornaleros, los obreros
explotados, los desempleados, los jóvenes sin futuro, del lado de la reforma,
la clase política emergente, los nostálgicos resignados, las clases medias
amenazadas, los obreros acomodados, los intelectuales miedosos.
Medios de comunicación, liderazgo e institucionalización son las tres patas que
tratan de estabilizar la “democracia”, o lo que es igual, de legitimar el golpe
autoritario que necesita la economía. Si el conflicto social no hace viable la
relegitimación de los partidos políticos, la opción más razonable –desde la
perspectiva del poder– será la relegitimación del sistema por la vía electoral.
Un proceso revolucionario es una potencialidad que aspira a convertirse en
probabilidad. En el camino se entreveran momentos de calma con estallidos
sociales 2 y ambos tributan al proceso de acumulación de poder. Pero también en
estos momentos las fuerzas conservadoras hacen su trabajo.
En la encrucijada política y en la coyuntura que vive el Estado, la opción
electoral no es una opción real de poder, nos referimos a una alternativa de
poder popular. Sin embargo, parece un lugar común que múltiples organizaciones,
incluso las que se afirman como auténticamente revolucionarias, que traten de
encarrilar la protesta hacia la vía institucional, especialmente en las citas
electorales.
Cualquiera de las opciones políticas que se disputan los votos asume que elegir
un candidato de la amplia -o reducida, según se mire-, oferta de partidos,
implica una opción de poder. Identifican así democracia con votación, tal y
como el propio sistema lleva sosteniendo desde la generalización del voto,
desde que se constató que gracias al manejo de la opinión pública la gente
siempre acabaría votando lo correcto de modo que las élites no correrían ningún
peligro de ser desplazadas por las clases populares. Asumen también que es la
vía aceptable para cambiar las cosas.
Se trata de despojar a lo social de su componente político por la vía de la
institucionalización del conflicto, o lo que viene a ser igual, neutralizándolo
al colocarlo dentro de los márgenes de lo aceptable. Todos los partidos
burgueses actuales, incluso algunos que se afirman proletarios, parten de la
aceptación de las reglas de juego, las mismas que hacen inviable que este
sistema representativo se transforme en una democracia. Incluso aquellos que
sostienen ser anticapitalistas aceptan la forma política del capitalismo.
Sin duda el discurso admite la paradoja de negar que estemos en una democracia
al tiempo que se sanciona esta democracia aceptando los cauces institucionales,
admite contracciones tales como presentarse a unas elecciones compitiendo por
la captación de votos al tiempo que se dice que se presentan porque estas
elecciones no significan nada, se está en contra del liderazgo al tiempo que se
potencia al líder mediático, se afirma querer dar voz a los sin voz al tiempo
que se les trata de incapaces y de no saber lo que quieren. Porque en el fondo,
parecen decir, las masas quieren que se gestione políticamente su protesta.
Si alguna virtud tienen los procesos electorales es la de sacar a la luz el
abanico extenso de contradicciones de los discursos políticos. En estos
momentos es muy fácil distinguir al oportunismo. Las estratagemas retóricas no
hacen sino desarmar el conflicto social sin apenas arañar el fetiche del
sistema.
Como instrumento de disciplinamiento las elecciones han devenido en fetiche, es
decir, objeto al que se le asignan propiedades mágicas. Carlos Marx acuñó el
concepto de fetichismo para referirse a la mercancía en tanto que producto
manufacturado que oculta las relaciones de trabajo bajo las cuales fue
producido. Los procesos electorales en el contexto actual no significan poner
en manos de la gente opciones de poder y, sin embargo, se nos presentan como si
lo fueran. Por otro lado, las reglas que rigen estos procesos permanecen
ocultas mientras que el voto aparece como proceso neutro, mero procedimiento
para seleccionar a los candidatos según las preferencias de la gente.
El hecho de que algunas opciones electorales que se autoproclamen
transformadoras y estén en el lugar de disputar alguna plaza en la arena
política sólo significa que se ajustan al principio de la homogeneidad, es
decir, que se sabe a ciencia cierta que no harán nada esencialmente diferente
de lo que hicieron quienes los precedieron. La alternancia en las instituciones
de los que se consideran “enemigos políticos” favorece la labor disciplinante del
voto ya que la alternancia implica que la opción que ha conseguido alcanzar el
lugar de relevo no ha tomado ninguna medida para hacer que su ascenso fuera
imposible. Sin duda, el discurso es otra cuestión. Como decíamos anteriormente
los discursos pueden seguir siendo radicales e incluso de ruptura. Lo
importante es elaborar un producto político homologado en la práctica.
En la coyuntura actual, con o sin el disciplinamiento electoral, las cosas van
a seguir cambiando, se va a seguir recortando el gasto público, aumentará la
precariedad laboral y los trabajos miseria, se deteriorarán más aún todos los
servicios públicos, aumentará la represión de la protesta, su criminalización y
su silenciamiento mediático… Todos estos cambios son necesarios para terminar
de implantar la nueva fase de acumulación económica. Sin embargo, para ser
implementada necesita poner de nuevo en valor al maltrecho sistema político.
Recuperar el consenso respecto de la institucionalidad, es decir, volver a
apuntalar el sistema fisurado. En este sentido, las elecciones hoy siguen
siendo el instrumento más eficaz de legitimación del sistema político y de
disciplinamiento social: dentro del sistema todo, fuera del sistema nada, con
un abierto rechazo al conflicto (identificado siempre con violencia).
La institución electoral está sacralizada porque así se concibe el sistema
representativo al que llamamos falazmente “democracia”. La fe electoral se
alimenta de la impotencia, el miedo al vacío, la desesperanza o la falta de
ánimo para cambiar las cosas. Pero esta sacralización es en parte responsable
del estrangulamiento de las alternativas de poder popular que únicamente se
hacen visibles a través de situaciones de conflicto que se reflejan en la
movilización. El miedo, la vergüenza, el aislamiento, son lo que conducen al
pueblo a la mistificación del voto, a reproducir la lógica del fetiche que no
tendrá más resultado que ahogar en la impotencia las esperanzas democráticas de
este país.
En la coyuntura actual la institucionalización es el camino para la
desactivación del conflicto, las votaciones el método para la legitimación del
sistema y al liderazgo político se accede por aclamación mediática.
El filósofo alemán Hegel entendía que las principales tareas del Estado en la
nueva sociedad burguesa eran: ideológicas y políticas. Pero del siglo XVII a la
actualidad, el Estado, como la economía capitalista, han sufrido un proceso de
naturalización y objetivación. Percibimos al Estado burgués como El Estado
–desprendido de su concreción histórica y de clase-, a la política como una
técnica, y a la economía capitalista como la economía en sentido genérico (la
forma de resolver las necesidades de la vida en comunidad). De la misma forma
que la economía ha perdido el adjetivo “política” -para hacernos creer que
detrás no existe ningún tipo de relación de poder sino el devenir objetivo y
natural de las fuerzas abstractas del mercado-, la política, se ha
despolitizado, es decir, desideologizado.
Esto quiere decir que la política se nos presenta como una técnica (gestión y
administración de recursos), como una actividad que realizan los especialistas,
los políticos, como un ámbito en el que la participación de los ciudadanos
consiste en elegir a los gestores correctos y, en caso de no estar satisfechos
con su actuación, la posibilidad de cambiarlos cada cierto tiempo. Poco más o
menos como actuaríamos en el mercado eligiendo un producto u otro en función de
su presentación. En la política moderna no se pone en juego el poder, sólo su
apariencia pública.
La política despolitizada nos dibuja pues, un tablero en el que no hay
contradicciones irresolubles, por ejemplo entre el Capital y el trabajo, sino
meras negociaciones de intereses, en el que los políticos elegidos según la
fuerza del número de votos obtenidos estarán en mejor o peor condición, se nos
dice, para negociar los intereses de sus representados. El conflicto de clases,
la explotación, no puede trasladarse a la política porque en el mismo momento
en que una opción de poder real, popular, tuviera alguna posibilidad de
convertirse en hegemónica, sería criminalizada y sacada fuera del tablero de
juego. Así, mover ficha en un tablero trucado y con las fichas marcadas sólo
podrá acrecentar el desánimo y la impotencia, a la vez que estigmatizará cualquier
reivindicación o conflicto que se dé fuera de los cauces establecidos.
Se nos convence de que no habrá nunca victorias totales, de que frente a la
violencia de las calles está la paz de las instituciones, de que no hay logros
posibles que no sean convenientemente pastoreados, de que es esta democracia o
el caos, el orden institucional o la violencia sin sentido, se nos dice.
La política despolitizada se construye sobre el dogma de la política como
técnica no sólo de gestión sino de pacificación del conflicto social por la vía
de la institucionalidad. Las votaciones, no significará variación alguna en las
relaciones de poder y explotación; y cualquier opción que tomemos de cara a las
citas electorales será una opción incoherente, en el fondo, una trampa en la
que partiendo de nuestros deseos de transformación, de la defensa de nuestros
intereses y de la crítica al sistema nos convertiremos en cómplices necesarios
de su reproducción.
La democracia no es un término que pueda descontextualizarse. Como cualquier
concepto, como las elecciones, es una construcción histórica que ha devenido
ideología legitimadora de los sistemas políticos burgueses (Burguesía).
Orden, dirección y estabilidad son las características de la
institucionalización burguesa. Son las garantías que exige los organismos
financieros internacionales. Son los rasgos sustantivos que garantizan la
reproducción del capitalismo en su fase actual. Dicha acumulación, dada la
trayectoria de nuestro sistema político sólo puede realizarse con una combinación
adecuada de consenso y represión. De ahí que junto con las constantes
propuestas de regeneración del sistema político se pongan en marcha reformas a
la ley penal. De ahí que ante las crecientes mareas de movilización social se
promuevan opciones electorales podridas y decadentes.
Para el pensamiento burgués institucionalización y legalización van de la mano.
La institucionalización ordena, estabiliza, reparte funciones, asigna tareas.
Es un proceso de racionalización cuya función principal en las sociedades
burguesas es desactivar el conflicto canalizándolo si se trata de opciones
negociables o sacándolo fuera (criminalizándolo) si no se puede
institucionalizar.
El voto es el primer instrumento de delegación del poder del pueblo, el
ejercicio político al que queda reducida la participación social. Es además un
acto individual, resultado de la concepción de la política también como un
sumatorio de voluntades individuales. Una vez ejercido, el ciudadano puede
volver a casa tranquilo, ha transferido la responsabilidad de la toma de
decisiones políticas, ha depositado en el otro su voluntad para que ese otro
haga lo que pueda, lo que le dejen o lo que quiera.
Cambiar este país de arriba abajo no será el resultado de las buenas
intenciones de ningún grupo de ilustrados, tampoco las elecciones son la pócima
mágica que una vez bebida nos hará más fuertes para derrotar a los enemigos del
pueblo, el único camino posible es el de la organización popular, la
proletarización de la conciencia de las clases medias, y la lucha de la clase trabajadora en el camino revolucionario, hacia la construcción de la dictadura
del proletariado.
¡¡AL ENEMIGO NO SE LO COMBATE CON VOTOS, AL ENEMIGO SE LE COMBATE CON
ORGANIZACIÓN Y GUERRA REVOLUCIONARIA!!
¡¡POR LA EMANCIPACIÓN
DE LOS TRABAJADORES!!
FRENTE ORIENTE
Proletario y combatiente!!
Con una chingada Mexicano, no te das cuenta que te están dando en la
madre, y con tu voto les das poder legal al mismo para que te sigan dando
en la madre, ¿Cuantas veces has votado? ¡Y; a servido de algo!, ¡han cambiado
las cosas!. Mejor organízate y lucha para derribar la mafia del poder.
Autor; Jesús Hoyos Hernández
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Un proceso revolucionario es una potencialidad que aspira a convertirse en probabilidad. En el camino se entreveran momentos de calma con estallidos sociales 2 y ambos tributan al proceso de acumulación de poder. Pero también en estos momentos las fuerzas conservadoras hacen su trabajo.
Cualquiera de las opciones políticas que se disputan los votos asume que elegir un candidato de la amplia -o reducida, según se mire-, oferta de partidos, implica una opción de poder. Identifican así democracia con votación, tal y como el propio sistema lleva sosteniendo desde la generalización del voto, desde que se constató que gracias al manejo de la opinión pública la gente siempre acabaría votando lo correcto de modo que las élites no correrían ningún peligro de ser desplazadas por las clases populares. Asumen también que es la vía aceptable para cambiar las cosas.
Se trata de despojar a lo social de su componente político por la vía de la institucionalización del conflicto, o lo que viene a ser igual, neutralizándolo al colocarlo dentro de los márgenes de lo aceptable. Todos los partidos burgueses actuales, incluso algunos que se afirman proletarios, parten de la aceptación de las reglas de juego, las mismas que hacen inviable que este sistema representativo se transforme en una democracia. Incluso aquellos que sostienen ser anticapitalistas aceptan la forma política del capitalismo.
Si alguna virtud tienen los procesos electorales es la de sacar a la luz el abanico extenso de contradicciones de los discursos políticos. En estos momentos es muy fácil distinguir al oportunismo. Las estratagemas retóricas no hacen sino desarmar el conflicto social sin apenas arañar el fetiche del sistema.
Como instrumento de disciplinamiento las elecciones han devenido en fetiche, es decir, objeto al que se le asignan propiedades mágicas. Carlos Marx acuñó el concepto de fetichismo para referirse a la mercancía en tanto que producto manufacturado que oculta las relaciones de trabajo bajo las cuales fue producido. Los procesos electorales en el contexto actual no significan poner en manos de la gente opciones de poder y, sin embargo, se nos presentan como si lo fueran. Por otro lado, las reglas que rigen estos procesos permanecen ocultas mientras que el voto aparece como proceso neutro, mero procedimiento para seleccionar a los candidatos según las preferencias de la gente.
El hecho de que algunas opciones electorales que se autoproclamen transformadoras y estén en el lugar de disputar alguna plaza en la arena política sólo significa que se ajustan al principio de la homogeneidad, es decir, que se sabe a ciencia cierta que no harán nada esencialmente diferente de lo que hicieron quienes los precedieron. La alternancia en las instituciones de los que se consideran “enemigos políticos” favorece la labor disciplinante del voto ya que la alternancia implica que la opción que ha conseguido alcanzar el lugar de relevo no ha tomado ninguna medida para hacer que su ascenso fuera imposible. Sin duda, el discurso es otra cuestión. Como decíamos anteriormente los discursos pueden seguir siendo radicales e incluso de ruptura. Lo importante es elaborar un producto político homologado en la práctica.
En la coyuntura actual, con o sin el disciplinamiento electoral, las cosas van a seguir cambiando, se va a seguir recortando el gasto público, aumentará la precariedad laboral y los trabajos miseria, se deteriorarán más aún todos los servicios públicos, aumentará la represión de la protesta, su criminalización y su silenciamiento mediático… Todos estos cambios son necesarios para terminar de implantar la nueva fase de acumulación económica. Sin embargo, para ser implementada necesita poner de nuevo en valor al maltrecho sistema político. Recuperar el consenso respecto de la institucionalidad, es decir, volver a apuntalar el sistema fisurado. En este sentido, las elecciones hoy siguen siendo el instrumento más eficaz de legitimación del sistema político y de disciplinamiento social: dentro del sistema todo, fuera del sistema nada, con un abierto rechazo al conflicto (identificado siempre con violencia).
La institución electoral está sacralizada porque así se concibe el sistema representativo al que llamamos falazmente “democracia”. La fe electoral se alimenta de la impotencia, el miedo al vacío, la desesperanza o la falta de ánimo para cambiar las cosas. Pero esta sacralización es en parte responsable del estrangulamiento de las alternativas de poder popular que únicamente se hacen visibles a través de situaciones de conflicto que se reflejan en la movilización. El miedo, la vergüenza, el aislamiento, son lo que conducen al pueblo a la mistificación del voto, a reproducir la lógica del fetiche que no tendrá más resultado que ahogar en la impotencia las esperanzas democráticas de este país.
En la coyuntura actual la institucionalización es el camino para la desactivación del conflicto, las votaciones el método para la legitimación del sistema y al liderazgo político se accede por aclamación mediática.
Esto quiere decir que la política se nos presenta como una técnica (gestión y administración de recursos), como una actividad que realizan los especialistas, los políticos, como un ámbito en el que la participación de los ciudadanos consiste en elegir a los gestores correctos y, en caso de no estar satisfechos con su actuación, la posibilidad de cambiarlos cada cierto tiempo. Poco más o menos como actuaríamos en el mercado eligiendo un producto u otro en función de su presentación. En la política moderna no se pone en juego el poder, sólo su apariencia pública.
La política despolitizada nos dibuja pues, un tablero en el que no hay contradicciones irresolubles, por ejemplo entre el Capital y el trabajo, sino meras negociaciones de intereses, en el que los políticos elegidos según la fuerza del número de votos obtenidos estarán en mejor o peor condición, se nos dice, para negociar los intereses de sus representados. El conflicto de clases, la explotación, no puede trasladarse a la política porque en el mismo momento en que una opción de poder real, popular, tuviera alguna posibilidad de convertirse en hegemónica, sería criminalizada y sacada fuera del tablero de juego. Así, mover ficha en un tablero trucado y con las fichas marcadas sólo podrá acrecentar el desánimo y la impotencia, a la vez que estigmatizará cualquier reivindicación o conflicto que se dé fuera de los cauces establecidos.
Se nos convence de que no habrá nunca victorias totales, de que frente a la violencia de las calles está la paz de las instituciones, de que no hay logros posibles que no sean convenientemente pastoreados, de que es esta democracia o el caos, el orden institucional o la violencia sin sentido, se nos dice.
La política despolitizada se construye sobre el dogma de la política como técnica no sólo de gestión sino de pacificación del conflicto social por la vía de la institucionalidad. Las votaciones, no significará variación alguna en las relaciones de poder y explotación; y cualquier opción que tomemos de cara a las citas electorales será una opción incoherente, en el fondo, una trampa en la que partiendo de nuestros deseos de transformación, de la defensa de nuestros intereses y de la crítica al sistema nos convertiremos en cómplices necesarios de su reproducción.
La democracia no es un término que pueda descontextualizarse. Como cualquier concepto, como las elecciones, es una construcción histórica que ha devenido ideología legitimadora de los sistemas políticos burgueses (Burguesía).
Orden, dirección y estabilidad son las características de la institucionalización burguesa. Son las garantías que exige los organismos financieros internacionales. Son los rasgos sustantivos que garantizan la reproducción del capitalismo en su fase actual. Dicha acumulación, dada la trayectoria de nuestro sistema político sólo puede realizarse con una combinación adecuada de consenso y represión. De ahí que junto con las constantes propuestas de regeneración del sistema político se pongan en marcha reformas a la ley penal. De ahí que ante las crecientes mareas de movilización social se promuevan opciones electorales podridas y decadentes.
Para el pensamiento burgués institucionalización y legalización van de la mano. La institucionalización ordena, estabiliza, reparte funciones, asigna tareas. Es un proceso de racionalización cuya función principal en las sociedades burguesas es desactivar el conflicto canalizándolo si se trata de opciones negociables o sacándolo fuera (criminalizándolo) si no se puede institucionalizar.
El voto es el primer instrumento de delegación del poder del pueblo, el ejercicio político al que queda reducida la participación social. Es además un acto individual, resultado de la concepción de la política también como un sumatorio de voluntades individuales. Una vez ejercido, el ciudadano puede volver a casa tranquilo, ha transferido la responsabilidad de la toma de decisiones políticas, ha depositado en el otro su voluntad para que ese otro haga lo que pueda, lo que le dejen o lo que quiera.
Cambiar este país de arriba abajo no será el resultado de las buenas intenciones de ningún grupo de ilustrados, tampoco las elecciones son la pócima mágica que una vez bebida nos hará más fuertes para derrotar a los enemigos del pueblo, el único camino posible es el de la organización popular, la proletarización de la conciencia de las clases medias, y la lucha de la clase trabajadora en el camino revolucionario, hacia la construcción de la dictadura del proletariado.
¡¡AL ENEMIGO NO SE LO COMBATE CON VOTOS, AL ENEMIGO SE LE COMBATE CON ORGANIZACIÓN Y GUERRA REVOLUCIONARIA!!
¡¡POR LA EMANCIPACIÓN DE LOS TRABAJADORES!!
FRENTE ORIENTE
Con una chingada Mexicano, no te das cuenta que te están dando en la madre, y con tu voto les das poder legal al mismo para que te sigan dando en la madre, ¿Cuantas veces has votado? ¡Y; a servido de algo!, ¡han cambiado las cosas!. Mejor organízate y lucha para derribar la mafia del poder.
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