MICCAILHUITZINTLI: 40 DÍAS DE FESTIVIDADES A LOS MUERTOS
Apartir del 18 de agosto y
hasta el 26 de septiembre de acuerdo a la correlación de Durán, eran dos meses
dedicados a recordar a los muertos tanto niños, jóvenes y adultos, su recuerdo era
en dos veintenas=meses; la primera en Miccailhuitl o Miccailhuitzintli= fiesta
de los muertecitos. Y Hueyi Miccailhuitzintli=Fiesta de los muertos grandes o
mayores.
Lo que actualmente se celebra tan
sólo uno o dos días, en la época prehispánica duraba 40 días es decir dos
veintenas, tan grande era su veneración y festejo a la muerte por parte de los
pueblos de Mesoamérica, que en su interpretación no era como la concibe nuestro
actual pensamiento, sino que era un paso a la trascendencia o infinito que hace
el alma.
“Día de muertos”, a eso se redujo
una celebración que en el México prehispánico era de por lo menos cuarenta
dias, dos “veintenas” llamadas Tlaxochimaco o Miccailhuitzintli (fiesta de los
muertos pequeños donde se recordaba a la niños y jóvenes) y Xocotl Huetzi o
Hueyi Miccailhuitzintli (fiesta de los muertos grandes) del Mes=Metztli
Cempohualli correspondientes al Calendario Solar-Agrícola o Xiuhpohualli. La
“celebración” del “día de muertos”, o Miccailhuitl, es una tradición autentica
y totalmente mexicana que proviene desde tiempos muy lejanos. El culto a los
muertos, veneración y respeto, se fue gestando desde la aparición de las
primeras culturas antiguas que habitaron el territorio denominado Cemanáhuac o
Mesoamericano. Con la cultura Olmeca inicia la asociación de conceptos
ideológicos vinculados con la muerte y el Mictlán "Inframundo": el
jaguar, la montaña, la cueva, la oscuridad, el frío, la noche.
Antiguamente, la celebración de Miccailhuitl
era en realidad, más que una “celebración”, una festividad religiosa, un acto
ceremonioso y ritual para invocar, para llamar, para conmemorar y recordar a
las personas que ya habían partido a alguno de los cuatro lugares en los que se
creía que podia ir el tonalli (alma o espiritu) según la cosmovisión de los
antiguos hombres y mujeres del Anáhuac. Miccailhuitl era también una ceremonia
para agradecer a los que nos antecedieron y nos dejaron un legado; era una
ceremonia para convivir con ellos. Los mexicanos no olvidan a sus ancestros,
los llevan en su memoria, en su corazón, en sus tradiciones y costumbres; los
autenticos mexicanos no olvidan a sus muertos. Y que de manera respetuosa en el
idioma náhuatl se les llama ABUELOS. Se festejaban a mitad de agosto y hasta
finales de septiembre del actual calendario gregoriano.
A diferencia de la actual
celebración de “día de muertos” que con el sincretismo religioso se realiza los
días 1 y 2 de noviembre, en el México antiguo esta tradición de recordar,
conmemorar, y convivir con los descarnados, duraba cuarenta días, dos
“veintenas” o cempohualli de su antiguo Calendario Solar-Agrícola Xiuhpohualli,
es decir, dos meses de veinte días.
Las “veintenas” en los que se
conmemoraba a los ancestros –aquellas personas que nos antecedieron y nos
legaron sus formas de vida, sus costumbres, sus tradiciones, su forma de ver y
entender el mundo a través de la vida y la muerte– fueron los “meses” noveno y
decimo correspondientes al calendario civil o solar conocido como Xiuhpohualli.
Estos meses eran: Tlaxochimaco (ofrenda de flores) también llamado
Miccailhuitontli, que significa, “la pequeña festividad de los muertos” o
“celebración a los muertecitos”, y Xocotl Huetzi (la caida del xocotl), tambien
llamado Huey Miccahiluitl, que quiere decir, “La gran festividad de los
muertos”. Miccailhuitontli se celebraba del 18-19 de Agosto al 7 de Septiembre,
y del 8 de Septiembre al 27 del mismo mes se celebraba Huey Micailhuitl, “la
gran festividad de muertos”.
En la cempohualli o “veintena” de
Micailhuitontli se conmemoraba a los “niños inocentes muertos” por lo cual también se le llamaba la “festividad de los muertecitos”. Se ofrendaba cacao,
ocote, aves, frutas, semillas, Copalli y comida. Los hombres danzaban con las
mujeres tomados de las manos o abrazados, danzaban despacio, suave, de manera
ceremonial; y cantaban en los patios de los templos hasta bien entrada la
noche. La figura del signo de estos días era un muerto amortajado “a la manera
que ellos amortajaban” (con manta y red) sentado en un icpalli (silla o trono)
pintado entre nubes. En aquellos días, los ancianos bañaban a los niños, les
cortaban el pelo, los ungían y los emplumaban; ofrecían ese servicio para que
estos pequeños no murieran. En este mes iban a la montaña y cortaban un gran
árbol al cual le quitaban la corteza y alisaban. A este gran madero hacían
ceremonia y consagraban con humo de copalli, danzas y cantos. Tenían acostado
este madero y lo tenían en preparación para cuando fuera levantado en el mes siguiente.
A este gran madero llamaban: Xocotl
En la cempohualli o “veintena” de
Huey Micailhuitl, “la gran festividad de los muertos”, se conmemoraba a los
muertos grandes, adultos. Esta festividad religiosa era una de las principales
de todo el año. Los tlamacazqueh (sacerdotes) se atuendaban con sus mejores
galas, rica plomería, oro y piedras preciosas, lo mismo hacia el resto de la
población. Así, los ministros del templo levantaban en el patio del teocalli el
gran madero llamado Xocotl y en su cúspide ponían un ave o pájaro hecho de masa
de amaranto (tzoalli), el cual debían bajar y derribar el madero tras varios
rituales de esta actividad se deriva lo que hoy conocemos el famoso palo
encebado, por eso se le llamaba a esta ceremonia Xocotl Huetzi que quiere
decir, “la caída del Xocotl (del madero)”. Se ofrendaba en estos días mucha
comida y “octli de la tierra”, es decir, pulque. Los hombres y mujeres
realizaban una danza muy solemne alrededor del Xocotl antes de derribarlo, e
iban ricamente ataviados con plumas y joyas; en los brazos y piernas llevaban
plumas rojas. En estos días, todos tenian permiso para beber pulque, a
excepción de los jóvenes que les estaba prohibido y si lo hacían tendrían una
pena de castigo.
Es posible que la “veintena” que
tiene por nombre Teotleco (“la llegada de los principios generadores de la
naturaleza”) haya sido también una “veintena” en la que se conmemoraba a los
muertos porque la tierra descansa después de dar todo el alimento y verdor en
los campos. Fray Bernardino de Sahagún menciona como la noche anterior de
la festividad, los mexicanos colocaban “un petate de harina de maíz… En este
montoncillo imprimían los dioses la pisada de un pie en señal que había
llegado”. En algunos pueblos o comunidades indígenas se continua esta
costumbre, pero es para saber si llegaron sus muertos. Es posible que Teotleco
signifique “la llegada de la energía fría y de los muertos”, pues el término
Teotl significa dios dependiendo del contexto, también podría significar
“muerte” o “muerto”. Además, recordemos, que en la concepción de los antiguos
mexicanos, la muerte se “diviniza” como dios.
Cuatro eran los lugares a donde
iban los muertos, según las creencias de los antiguos mexicanos. El lugar de
destino estaba determinado por la manera en que la persona moría. Si morían
peleando en un campo de batalla en las Xochiyáoyotl (Guerras Floridas), según
era el caso de los guerreros, estos iban a la casa del sol, al Tonalcalco o
Tonatiuhichan, pues el sol era considerado el “guerrero mayor” ya que todos los días salia victorioso y triunfante de su paso por el Mictlán en donde habia
vencido a la muerte. Se creía que estos guerreros acompañaban al sol en su
trayecto celeste. También, aquellas mujeres que morían en su primer parto eran
consideradas guerreras, pues habían librado una batalla para poder dar a luz y
habían otorgado un nuevo guerrero a sociedades militaristas como Huexotzinco,
Tlaxcallan, Texcoco o Tenochtitlán entre otras, y se decía que al morir iban a
la casa del sol. Estas mujeres muertas llamadas cihuateteo acompañarían al sol
en su recorrido del atardecer, cuando el “gran guerrero” estuviera a punto de
entrar al Mictlán y librar una nueva batalla. A este tiempo-espacio en que las
mujeres muertas consideradas guerreras acompañan al sol desde el cenit hasta la
puesta de éste en el poniente se le llama: Cihuatlampa ubicado en el
Iztaccíhuatl para los Huexotzincas donde está nuestra señora de la montaña
Coatlicueitl, se creía que después de cuatro años, estos guerreros que estaban
en el Tonalcalco, podían regresar a la tierra en forma de colibrí o mariposa y
podían visitar a sus familiares, descendientes o amigos.
Si la persona moría ahogada, o su
muerte tenía alguna relación con el agua, entonces se pensaba que iba al
Tlalocán, el lugar de Tláloc, el señor de las aguas celestiales, de las
montañas y de la tierra fértil. Se creía que el Tlalocán era una especie de
“paraíso” en el que abundaban todo tipo de plantas, flores y frutos, verdes
valles y montañas frondosas, ríos y lagos; un lugar lleno de vida en el que las
personas estarían muy contentas. En nuestra Cosmovisión Huexotzincatl se cree
que el Tlalocán esta en los cerros y montañas.
Si la persona moría de muerte
natural, entonces iría al Mictlán, el lugar de los muertos, de la quietud, del
eterno reposo. Antes de llegar a este lugar, tendrían que pasar por nueve
obstáculos y peligrosas pruebas, conocidos como “niveles o pisos del Mictlán
Inframundo” los cuales tenían que ir transcendiendo y cruzando uno por uno.
En el primer nivel, llamado
Itzcuintlan o Apanohuayan, “el lugar de los perros” o “ el lugar donde se tiene
que cruzar el agua”, respectivamente, el muerto debía cruzar un enorme río,
para lograrlo, un perro de color bermejo le reconocería como su antiguo amo y
lo ayudaría a cruzar el río. En el segundo nivel, llamado Tepetl Monamicyan,
“el lugar de las montañas que se juntan”, era un lugar en el que había dos
montañas que chocaban entre si, el difunto debía pasar por el único camino
existente entre estas dos montañas, calculando el momento propicio para pasar y
no quedar atrapado o aplastado. El tercer nivel era llamado Itztepetl, “montaña
de obsidiana”, era un lugar con una montaña cubierta con navajas de obsidiana,
el muerto debía escalar y cruzar esta montaña siendo cortado y desgarrado por
las filosas obsidianas. El cuarto nivel era un lugar de fuertes y fríos
vientos, cortantes como obsidiana, cubierto de hielo y nieve, conocido como
Itzehecayan, “lugar de viento de obsidiana”. Se decía que este lugar era una
sierra con aristas cortantes compuesta de ocho collados en los que siempre caía
nieve. El quinto nivel era conocido como Pancuecuetlacayan, “el lugar donde
flotan las pantlis” (banderas o estandartes). Era un enorme desierto gélido
constituido por ocho paramos, aquí también soplaban fuertes vientos gélidos. Se
decía que el muerto tendía a ser elevado por los vientos y volar o flotar como
bandera. Debía buscar la manera de no ser arrebatado bruscamente por los
vientos y cruzar ese camino. El sexto nivel era el Temiminaloyan, “el lugar
donde la gente es flechada”. En este lugar existía un largo camino en cuyos
costados aparecían unas manos que lanzaban puntiagudas flechas a los muertos
para atravesarlos y desangrarlos, por lo que debían evitar a toda costa ser
flechados. El séptimo nivel era el Teyolocualoyan, “el lugar donde se come el
corazón de la gente”. Aquí habitaban fieras salvajes, se cree que eran
jaguares, que atrapaban a los caminantes y les abrían el pecho para comerles su
corazón, sin éste el difunto caía a un río de aguas negras en que quedaría
atrapado y muy difícilmente podría salir. Por esa razón debía evitar
encontrarse con el jaguar, pero si lo encontraba, llevaría consigo un jade
verde el cual ofrecería al felino a cambio de que no se comiera su corazón. El octavo
nivel se llamaba Itzmictlan Apochcalocan, “el lugar de la muerte de obsidiana y
de la casa que humea con agua”, era un lugar lleno de humo, de neblina, que
cegaba a los muertos, no les permitía ver el camino, perdiéndose incontables
veces. El noveno nivel era un enorme valle compuesto de nueve ríos profundos, a
este lugar llamaban Chicnahuapan “el lugar de los nueve ríos”. El muerto debía
cruzarlos para por fin llegar al Mictlán, el lugar en donde habitaban
Mictlantecuhtli “el señor de la muerte” y Mictecacihuatl, “la mujer de la
muerte”, la pareja del inframundo. Estos le recibirían finalmente para
otorgarle el descanso y el reposo eterno. Se creía que el tiempo que duraba en
cruzar el muerto los nueve obstáculos era de cuatro años, tiempo en el que sus
familiares hacían ofrendas, ritos y ceremonias para que su muerto pudiera
llegar a salvo al Mictlán. Después de estos cuatro años, no le hacían más
ceremonias, el muerto estaba por fin descansando.
El cuarto y último lugar a donde
iban los muertos, estaba destinado a los niños. Cuando estos pequeños morían
por cualquier causa, se decía que iban a un lugar en donde existía un enorme árbol de cuyas frondosas ramas escurría leche para que éstos pudieran beberla y
seguir alimentándose. Este lugar era conocido como Chichihuacuauhco, “el lugar
del árbol con chichis” o “del árbol de leche” como le llaman otros, era en fin
un árbol madre. Algunos creían que estos niños, cobijados por las grandes ramas
de este inmenso árbol, poblarían nuevamente la tierra cuando la humanidad
actual fuese de nuevo destruida. Así, en un lugar de muerte, se gesta la vida.
La muerte fue para los antiguos
habitantes de Mesoamérica en realidad una prolongación de la vida, de la
existencia. El Tonalli de las personas iría a algún lugar en donde continuaría
existiendo y cumpliendo con alguna función. La muerte como una conclusión total
y definitiva de la vida no existía en la cosmovisión de los pueblos del
Cemanáhuac o Mesoamericana. La gente iba a algún lugar por la manera en que
moría a diferencias de algunas otras religiones en el que tu destino después de
la muerte esta determinado por el acto de creer, si crees “aquello o lo otro”,
o por una elevada moral, “si te portas bien, si te portas mal”. Y por último,
según algunos estudiosos de las practicas indígenas, los antiguos mexicanos se
despedían diciendo: “y que la muerte que traes a tus espaldas, te de larga
vida”.