Dicen
los ancianos del Istmo que, cuando la luna se llena y tiñe de plata los cerros
de Oaxaca, el espíritu de una princesa decapitada aún camina buscando su
cabeza. Y que, si escuchas su lamento, es porque ya estás demasiado cerca…
Hace
siglos, cuando los zapotecas y mixtecos vivían en guerra, nació Donají, una
princesa cuya belleza era tan grande que decían que ni los espíritus nocturnos
podían mirarla sin temblar. Pero su destino estaba marcado por la sangre.
Capturada
por los mixtecos tras una emboscada, la princesa fue llevada como prisionera.
Se cuenta que cada noche la encerraban en una cueva húmeda donde el viento
soplaba como si llorara. Pero lo más extraño era que, pese al miedo, Donají
dormía tranquila… porque un guerrero zapoteca se escabullía entre las sombras
para vigilarla desde la oscuridad. Nadie sabía su nombre. Nadie lo vio jamás de
frente. Solo se escuchaba su respiración detrás de las piedras, como si fuera
parte de la cueva misma.
Cuando
los mixtecos descubrieron a este guardián silencioso, se enfurecieron. Y en
venganza, una madrugada sin luna, llevaron a Donají al borde del río Atoyac.
Ahí, sin piedad, la decapitaron. Su cuerpo quedó tendido entre raíces húmedas…
y su cabeza fue enterrada en secreto para que nadie la encontrara jamás.
Pero
el pecado no murió con ella.
Los
ejecutores juraban que mientras enterraban la cabeza, la tierra tembló. Un
murmullo salió desde abajo, como si la princesa siguiera viva, maldiciendo a
quienes tocaron su cuerpo. Desde ese día, uno por uno, los guerreros que
participaron comenzaron a desaparecer. Sus chozas amanecían vacías, solo con
marcas de uñas en el piso, como si hubieran sido arrastrados hacia afuera.
Nunca se encontró un solo cadáver.
Cuentan
que un campesino, años después, descubrió el sitio donde estaba enterrada la
cabeza. Entre las raíces de un lirio enorme, vio un rostro perfecto, intacto,
como si estuviera dormida. Era Donají. Sus ojos cerrados… pero húmedos, como si
acabara de llorar.
Cuando
el hombre tocó la flor, escuchó una voz detrás de él:
—No
la despiertes… todavía busca a quienes le arrebataron su vida.
Desde
entonces, esa flor crece en lugares donde se oye un llanto suave al caer la
noche. Y quienes han tenido la desgracia de ver la silueta de una mujer sin
cabeza caminando entre los matorrales aseguran sentir un frío que sube por la
columna y una pregunta que se clava en la mente:
“¿Tú
también fuiste parte de su muerte?”
Si
alguna vez escuchas pasos detrás de ti en un sendero solitario, no mires atrás.
Dicen que Donají aún sigue vagando… buscando su cabeza… o la de alguien que
pueda reemplazarla.
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