Por; Jesús Hoyos Hernández//Nacional//Biografiaras//Héroes de la independencia//Independencia de México//
Ignacio Allende, un héroe de la
independencia de México.
Ignacio
Allende, un héroe de la independencia. Visionario y líder nato, Ignacio Allende
fue clave en la lucha por la libertad de México: Su valentía y determinación
marcaron el inicio de la independencia, defendiendo el sueño de un país
soberano.
El
26 de junio de 1811 fue fusilado en Chihuahua el capitán Ignacio Allende, uno
de los primeros caudillos de la lucha por la independencia de México que
comenzó el 16 de septiembre del año anterior.
Por
lo que se ha escrito de él, Allende era un hombre bastante atractivo —y todo un
calavera—, fuerte y valiente. De acuerdo con Benito A. Arteaga, en San Miguel
el Grande (hoy San Miguel se Allende):
«Durante
dos ó tres semanas se lidiaban los toros más famosos por su bravura y en el
último día toreaban de las personas decentes ó notables, todas las que querían,
repartiéndose las comisiones con arreglo á su inteligencia ó humor, por lo que
había capitán, toreros, locos, lazadores y picadores, haciéndose con este
motivo mucha mayor la concurrencia.
Pues
en uno de estos días, siendo capitán como debe suponerse Don Ignacio Allende,
sin saberse por qué, un toro que al picarlo, capotearlo y banderillarlo había
acometido á todos con igual fiereza, esquivaba de alguna manera la presencia de
Allende, que lo llamaba para matarlo, pues solo daba el primer bote y no el
segundo, que es en el que hace lance el torero. Allende lo buscó varias veces,
más el toro entraba una sola vez y corría. Y esto le impacientó hasta el
término de hacer que los demás de á caballo y de á pie lo rodearan y así lo fué
estrechando hasta que lo tomó con a mano izquierda del tercio de la llave y con
la derecha le traspasó el corazón con su espada, haciéndole caer muerto á sus
pies.
Pero
en estos ejercicios, á pesar de sus fuerzas y agilidad no siempre salía bien
librado y era porque abusaba de su suerte. En una ocasión andaba con algunos
amigos, todos traviesos y animados por una emulación recíproca, en los cerros
de la hacienda de la Cañada
de la Virgen,
poco distante de esta población y encontrando algunos toros, se entretenían en
colearlos, no obstante lo fragoso del terreno. El resultado último fué que al
rodar un toro por un alto declive cayó Allende con todo y caballo, lastimándose
de gravedad un brazo y quebrándose la nariz, por cuya causa la tenía y tuvo
torcida hasta que murió».
Más
adelante, Arteaga menciona que en San Miguel vivía:
«Un
un anciano conocido con el nombre de tío Arriola, soltero y que no reconocía
pariente alguno, y subsistía de un tendajón de triste apariencia sí, pero de un
regular fondo porque siempre había en la trastienda efectos de valor y que
siempre vendía caros, y únicamente al menudeo.
Era
muy tacaño además, por lo que no tenía más que un indito que le compraba la
comida en la fonda y que ni aun le dejaba en la noche en la casa, temiendo sin
duda que le robase algo, ó que se dejase seducir por quien pudiera
hacerlo.
Así
vivía este hombre infeliz haciendo dinero, y sin más relaciones que las que era
preciso tener con sus marchantes, cuando por un descuido inesperado en él,
empezó en una noche bien tarde á quemarse su tienda, lo cual no se observó
hasta que comenzaron á salir las llamas por una claraboya que había sobre el
marco de la puerta que daba á la calle, y esto por casualidad, pues como se ha
dicho y es bien sabido, en esa fecha no había serenos, ni otra defensa ó
precaución alguna para el público.
Se
tocó á fuego en la torre inmediatamente, y bien pronto se reunieron varias
gentes en la casa de tío Arriola; mas éste, que dormía en la trastienda,
aturdido ó sofocado por el humo, no podía, según dijo después, levantarse, á
pesar de que conocía su inminente peligro, oía gritos en la calle y fuertes y
repetidos golpes en la puerta.
La
cosa en estos términos era fatal para él, pero Allende tuvo noticia con
oportunidad de la ocurrencia y al instante se dirigió á dicha casa con algunos
amigos suyos. Y cuando vió que el incendio seguía, dejándose ya percibir en la
tienda ese crujido sordo y horroroso que precede á la caída de los techos,
medio abrasados, y que no había esperanza de que abriesen por dentro, se acercó
a la puerta del pequeño zaguán acompañado de dos de sus expresados amigos,
porque más no cabían, y haciendo un esfuerzo desmedido, logró arrancar ambas
hojas, que dieron salida á una nube de humo espesa y caliente que lo
ahogaba.
Y
así pudo entrar hasta la trastienda por la puerta que daba al patio, que
también estaba cerrada, y forzó á pesar de las persuasiones que se le hacían
para que desistiera de su empresa en vista del riesgo que corría su vida, y
sacó en sus brazos al pobre viejo casi moribundo por la cercanía del fuego, y
sobre todo, por el susto, salvándole así su existencia».
Sobre
lo calavera —enamorado— que era Ignacio Allende… creo que mejor hablaremos en
otra ocasión.
Fuente:
Arteaga, Benito A., “Rasgos biográficos de Don Ignacio Allende”, México,
Talleres de El Tiempo, 1910.
Ignacio Allende, un héroe de la independencia de México.
Ignacio Allende, un héroe de la independencia. Visionario y líder nato, Ignacio Allende fue clave en la lucha por la libertad de México: Su valentía y determinación marcaron el inicio de la independencia, defendiendo el sueño de un país soberano.
El 26 de junio de 1811 fue fusilado en Chihuahua el capitán Ignacio Allende, uno de los primeros caudillos de la lucha por la independencia de México que comenzó el 16 de septiembre del año anterior.
Por lo que se ha escrito de él, Allende era un hombre bastante atractivo —y todo un calavera—, fuerte y valiente. De acuerdo con Benito A. Arteaga, en San Miguel el Grande (hoy San Miguel se Allende):
«Durante dos ó tres semanas se lidiaban los toros más famosos por su bravura y en el último día toreaban de las personas decentes ó notables, todas las que querían, repartiéndose las comisiones con arreglo á su inteligencia ó humor, por lo que había capitán, toreros, locos, lazadores y picadores, haciéndose con este motivo mucha mayor la concurrencia.
Pues en uno de estos días, siendo capitán como debe suponerse Don Ignacio Allende, sin saberse por qué, un toro que al picarlo, capotearlo y banderillarlo había acometido á todos con igual fiereza, esquivaba de alguna manera la presencia de Allende, que lo llamaba para matarlo, pues solo daba el primer bote y no el segundo, que es en el que hace lance el torero. Allende lo buscó varias veces, más el toro entraba una sola vez y corría. Y esto le impacientó hasta el término de hacer que los demás de á caballo y de á pie lo rodearan y así lo fué estrechando hasta que lo tomó con a mano izquierda del tercio de la llave y con la derecha le traspasó el corazón con su espada, haciéndole caer muerto á sus pies.
Pero en estos ejercicios, á pesar de sus fuerzas y agilidad no siempre salía bien librado y era porque abusaba de su suerte. En una ocasión andaba con algunos amigos, todos traviesos y animados por una emulación recíproca, en los cerros de la hacienda de la Cañada de la Virgen, poco distante de esta población y encontrando algunos toros, se entretenían en colearlos, no obstante lo fragoso del terreno. El resultado último fué que al rodar un toro por un alto declive cayó Allende con todo y caballo, lastimándose de gravedad un brazo y quebrándose la nariz, por cuya causa la tenía y tuvo torcida hasta que murió».
Más adelante, Arteaga menciona que en San Miguel vivía:
«Un un anciano conocido con el nombre de tío Arriola, soltero y que no reconocía pariente alguno, y subsistía de un tendajón de triste apariencia sí, pero de un regular fondo porque siempre había en la trastienda efectos de valor y que siempre vendía caros, y únicamente al menudeo.
Era muy tacaño además, por lo que no tenía más que un indito que le compraba la comida en la fonda y que ni aun le dejaba en la noche en la casa, temiendo sin duda que le robase algo, ó que se dejase seducir por quien pudiera hacerlo.
Así vivía este hombre infeliz haciendo dinero, y sin más relaciones que las que era preciso tener con sus marchantes, cuando por un descuido inesperado en él, empezó en una noche bien tarde á quemarse su tienda, lo cual no se observó hasta que comenzaron á salir las llamas por una claraboya que había sobre el marco de la puerta que daba á la calle, y esto por casualidad, pues como se ha dicho y es bien sabido, en esa fecha no había serenos, ni otra defensa ó precaución alguna para el público.
Se tocó á fuego en la torre inmediatamente, y bien pronto se reunieron varias gentes en la casa de tío Arriola; mas éste, que dormía en la trastienda, aturdido ó sofocado por el humo, no podía, según dijo después, levantarse, á pesar de que conocía su inminente peligro, oía gritos en la calle y fuertes y repetidos golpes en la puerta.
La cosa en estos términos era fatal para él, pero Allende tuvo noticia con oportunidad de la ocurrencia y al instante se dirigió á dicha casa con algunos amigos suyos. Y cuando vió que el incendio seguía, dejándose ya percibir en la tienda ese crujido sordo y horroroso que precede á la caída de los techos, medio abrasados, y que no había esperanza de que abriesen por dentro, se acercó a la puerta del pequeño zaguán acompañado de dos de sus expresados amigos, porque más no cabían, y haciendo un esfuerzo desmedido, logró arrancar ambas hojas, que dieron salida á una nube de humo espesa y caliente que lo ahogaba.
Y así pudo entrar hasta la trastienda por la puerta que daba al patio, que también estaba cerrada, y forzó á pesar de las persuasiones que se le hacían para que desistiera de su empresa en vista del riesgo que corría su vida, y sacó en sus brazos al pobre viejo casi moribundo por la cercanía del fuego, y sobre todo, por el susto, salvándole así su existencia».
Sobre lo calavera —enamorado— que era Ignacio Allende… creo que mejor hablaremos en otra ocasión.
Fuente: Arteaga, Benito A., “Rasgos biográficos de Don Ignacio Allende”, México, Talleres de El Tiempo, 1910.
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