//Por Jesús Hoyos Hernández//Leyendas//Relatos//
EL CHARRO NEGRO
Leyenda
La leyenda del charro negro es una leyenda mexicana que a pareció durante la época colonial al igual que la leyenda de la llorona y el jinete sin cabeza son producto del mestizaje y muy arraigadas en las creencias populares. Estas leyendas son parte viva de la cultura de cada pueblo y de cada región, es la misma leyenda salvo que algunas han sido adaptadas al lugar y a las circunstancias que han vivido y experimentado sus pobladores.
La leyenda del charro negro se le atribuye que pareció en la ciudad de México,
por cronistas y algunos novelistas que han escrito infinidad de historias al
respecto, pero cada pueblo, cada ciudad, tiene historias muy similares que hoy cuentan pobladores de cada lugar.
En el siglo pasado nació en el centro histórico de la cuidad la leyenda de un aparecido montado en un caballo negro, vistiendo ropas de charro, este sujeto salía de alguna casona que anteriormente tenía la calle empedrada, que hoy es la calle Constitución; este charro caminaba a las 12:00 de la noche en adelante, se dice que su caballo lanzaba destellos de fuego por los ojos y que el charro tenía unas espuelas de oro; que también reflejaban chispas de lumbre, este fantasma hacia su recorrido por esta calle y se perdía por la calle Cuauhtémoc, frente a la casa de la familia Sánchez Fernández, ya que ahí existía un portón o zaguán donde desaparecía el fantasma; se dice que este sujeto le había vendido su alma al diablo, era un hombre alto, de aspecto elegante, de impecable traje negro compuesto por una chaqueta corta, una camisa, un pantalón ajustado y un sombrero de ala ancha, deambula en la profundidad de la noche en los solitarios tramos que unen los pequeños pueblos del México rural sobre el lomo de un caballo enorme y de color azabache, quienes han tenido trato con él lo presienten, es el diablo, no ignora a los hombres, a los que ofrece amable conversación, pero su clara preferencia son las mujeres, a las que seduce con mirada elocuente y palabras cálidas, nada malo puede decirse del charro negro si el viajero se limita a permitir su compañía hacia su lugar de residencia si se acerca el amanecer, se despedirá cortésmente y se marchará con tranco lento, al igual que si el sendero que recorre lleva a las cercanías de una iglesia, pero si, por el contrario, la mujer cede a sus ofertas de aligerar el viaje y condesciende a montar el caballo, esa acción será el principio del fin una vez sobre el animal, la infortunada descubre que es imposible apearse, es entonces cuando el charro negro vuelve su montura y se aleja, con rumbo desconocido, sin hacer caso de los ruegos o los gritos de su víctima, a la que no se vuelve a ver jamás.
La leyenda:
En algunos estados de la República Mexicana, la gente cuenta que en las noches de luna llena, por los caminos rurales o poblaciones alejadas, se aparece un jinete flaco y de cara cadavérica, que montado en lustroso caballo negro, ofrece una bolsa llena de dinero... pero por temor, ¡nadie la ha querido aceptar!, Tlaxcala, Hidalgo y Veracruz son algunos de los estados donde se cuenta una leyenda, que si bien muestra pequeñas variantes, en esencia es muy similar, se cuenta en el estado de Veracruz, donde desde hace muchos años, los habitantes de varios poblados aseguran haber visto, en noches de luna llena, un hombre cadavérico, vestido de charro negro, montado en un caballo también negro, este charro, cuando se aparece, ofrece una bolsa de dinero a quien tiene la mala suerte de encontrarlo en su camino, pero hasta ahora nadie ha querido recibir la bolsa con monedas de oro, porque temen que sea una jugarreta del demonio...
Allá por el año de 1966, el señor Abundio Rosas regresaba a su casa, situada en las afueras del puerto de Veracruz. Aunque había luna, ésta se escondía entre las copas de los árboles, por lo que reinaba cierta oscuridad, que causaba gran impresión por las formas fantasmagóricas que se formaban con las sombras de la luna, de pronto, don Abundio sintió que alguien lo seguía pero no quiso voltear, sino que apresuró más el paso, empuñando el machete que siempre lo acompañaba, sin embargo, cada vez sentía más cerca a ese alguien que lo seguía, de repente, un sudor frío se apoderó de él, sintió que se desmayaba, pero pese al miedo decidió enfrentarse a lo que fuera, volteó el rostro y con asombro vio una diabólica escena, era un gran caballo negro, de pelo brillante y lustroso, pero con ojos espeluznantes que parecían lanzar fuego, lo montaba un hombre alto y flaco, con un sombrero negro, no tenía ojos, nariz ni boca, en suma, era algo espantoso, por lo que don Abundio ya no pudo moverse, ni hablar, temblaba de terror y más cuando el siniestro charro sacó una mano que se veía roja y con larguísimas uñas, tomó una bolsa de su caballo y la extendió ofreciéndosela al aterrado hombre, quien vio cómo la bolsa se abrió y mostró su interior lleno de dinero; pero don Abundio no quiso aceptarla, el jinete se la volvió a ofrecer y tampoco le hizo caso, entonces el charro negro se volvió con su caballo sin pronunciar palabra y se alejó, pero Abundio nunca escuchó el galopar del caballo, cosa que lo atemorizó más, pronto se sobrepuso y continuó su camino rumbo a su casa, al llegar estaba tan asustado que no pudo cenar, contó lo sucedido a su esposa, la cual también se aterrorizó, como es de suponerse, esa noche ambos no pudieron dormir, por lo que al día siguiente Abundio se levantó temprano y acudió al lugar donde se le había aparecido el misterioso charro, buscó con cuidado, pero no halló nada que pudiera tomarse como indicio de su existencia, por la noche don Abundio tuvo la necesidad de volver a pasar por el lugar, temeroso de encontrarse con el charro, pero ya no se le apareció esa noche ni otra más.
Paso el tiempo y Abundio ya casi ni se acordaba del encuentro con aquel misterioso charro negro... Pero una noche, ya muy cerca de su casa, se topó de nuevo con el aparecido, quien con voz cavernosa le dijo que tomara la bolsa con el dinero, como el hombre no la aceptó por temor a que fuera cosa del diablo, entonces el charro le dijo con voz aún más cavernosa: “Me volverás a ver muy pronto”, Abundio medio muerto de miedo, sin volver la cabeza, echó a correr y no paró hasta llegar adentro de su casa, su mujer salió espantada y le gritó: “¡Abundio, mira, el charro se está asomando por la ventana... Anda, sal y orínate en cruz afuera de la puerta, dicen que así no puede pasar el maligno!”.
Abundio, tembloroso, salió de su casa y se orinó en cruz fuera de la puerta, en cuanto terminó de rociar el piso, el caballo relinchó en forma macabra, y jinete y animal a todo galope se perdieron en la oscuridad de la noche, desde entonces ni Abundio ni su mujer han vuelto a ver al “charro negro”... Pero muchas otras personas de la región han contado la misma historia y aseguran que también lo han visto.
La ambición es una mala consejera, al menos fue la causa por la que el mítico Charro negro comenzó a aparecer en nuestro país, se cuenta que hace muchos años en Pachuca vivían familias de mineros y jornaleros que trabajaban a deshoras y en condición de esclavos. Entre ellos había un hombre llamado Juan, un hombre ambicioso que no dejaba de quejarse de su suerte, un día, al terminar su jornada laboral, se dirigió a la cantina más cercana y comenzó a beber en compañía de sus amigos, ya entrado en copas comento:
“La vida es muy injusta con nosotros. Daría lo que fuera por ser rico y poderoso.“
En ese momento, un charro alto y vestido de negro entró a la cantina y le dijo:
“Si quieres, tu deseo puede ser realidad.“
Al escucharlo, los demás presentes se persignaron y algunos se retiraron, el extraño ser le informó que debía ir esa misma noche a la cueva del Coyote, que en realidad era una vieja mina abandonada, Juan asintió, más envalentonado por el alcohol que por el dinero, a la hora convenida ya estaba parado frente a la mina, pero no vio nada extraordinario. Ya iba a retirarse cuando descubrió un agujero en el cual había una víbora que lo observaba fijamente, Juan se impresionó al ver el tamaño descomunal de ese animal, por lo cual decidió llevárselo a su casa para poder venderlo posteriormente, en su casa depositó a la víbora en un viejo pozo de agua que se encontraba seco y lo tapó con tablas.
Su esposa en vano intentó saber el motivo de su tardanza, porque el hombre todavía estaba ahogado de borracho, cuando se durmió, Juan comenzó a soñar con la víbora, quien al parecer le decía:
“Gracias por darme tu hogar y aceptar que entre en las almas de ustedes. Al despertar encontraras en tu granero el pago por tu alma. Si decides aceptarlo, tendrás que darme a tu hijo varón.“
Juan tenía dos hijos: uno de seis años y un bebé varón de escasos seis meses. A la mañana siguiente, el hombre aún aturdido por los efectos del alcohol se dirigió al granero, donde encontró entre el maíz desgranado unas bolsas repletas de monedas de oro. No salía de su asombro cuando el llanto de su mujer lo sacó de su concentración: su hijo menor había desaparecido, mientras que la niña señalaba al pozo sin agua, al retirar Juan las tablas, encontró a su pequeño despedazado, pero no había ni rastros de la víbora, el dinero le sirvió de consuelo, se hizo de terrenos y construyó una hacienda. El tiempo pasó, y en sueños la serpiente le hizo un segundo trato: “Ampliar su fortuna a cambio de más hijos“.
Juan actuaba ya en una forma despiadada: Se hizo de muchas amantes, todas oriundas de pueblos lejanos. Tras dar a luz estas mujeres, el hombre se aparecía exigiendo al niño para su crianza. Al cabo de unos años su fortuna creció considerablemente, pero llegó el día en que murió.
Se dice que en el velorio la gente que se encontraba presente rezaba, cuando entró por la puerta principal un charro vestido de negro que exclamó:
“¡Juan!, ¡estoy aquí por el último pago!“
Dicho esto desapareció, dejando un olor a azufre. La gente intrigada abrió el ataúd de Juan y no encontró más que un esqueleto, se cree que desde entonces el Charro negro anda buscando quién cambie su alma y la de los suyos a cambio de unas monedas de oro.
Tambien en queretaro se habla de este ser, específicamente en la hermosa peña de Bernal, un pueblo mágico con su bello atardecer, su imponente peña, y sus escenarios que son únicos en México, sin embargo, parte de su encanto reside en el misterio que rodea a la comunidad, ya que cuando se pone el sol y la Peña comienza a perderse de vista, se siente la atmósfera de lo desconocido y paranormal, mucho se dice en torno a la peña, sus leyendas traspasan fronteras, causando que miles de curiosos de todo el mundo busquen ver con sus propios ojos todo lo que presuntamente sucede en las faldas y cima del tercer monolito más grande del mundo, sin embargo, esta historia se centra en el pueblo y no en la peña.
El padre Ramón amaba su pueblo, había nacido ahí, y ahí esperaba quedarse hasta su muerte, cómo era lógico en el siglo XIX, todos conocían al sacerdote por ser el párroco del Templo de San Sebastián, que se alza gobernando la Plaza Principal, una fría noche de noviembre, Ramón se encontraba terminando unos asuntos de la Iglesia en su casa, estaban a punto de dar las tres de la mañana, pero con todo y que tenía que dar misa de siete para los trabajadores madrugadores, no podía irse a dormir sin terminarlo, unos minutos después, un poco pasadas las tres, escuchó golpes desesperados en su puerta, apresurado y un poco preocupado abrió la puerta para ver quién era tan tardío visitante, se encontró ante uno de los frecuentes de su misa de 7, estaba pálido, sudoroso, y completamente borracho, nervioso por su salud, le invitó a pasar y le sirvió una taza de café, la cual tomó con vehemencia y de un trago, una vez que se calmó un poco, comenzó a explicar el motivo de su visita.
"Padre", dijo "venía yo de estar con unos amigos bebiendo cerveza. Regresé sólo caminando por la obscuridad, lo he hecho miles de veces pero nunca me había pasado algo así, en la intersección con el camino que lleva a Querétaro, me encontré con la figura de un hombre montado a caballo, sólo vi su sombra, pero parecía tener un atuendo de charro, pasé a su lado sin voltearlo ver, en caso de que fuera un maleante, comenzó a seguirme y empecé a correr, cuando voltee, ya no estaba ahí padre, vi hacia todos los lugares, incluso regresé un poco, y no estaba, desapareció."
Ramón se mostró escéptico ante la historia del desaparecido, sin embargo, su deber como sacerdote en el pueblo le obligaba a investigar, en el nombre de la Iglesia, ese tipo de casos, por lo mismo, prometió a su visitante que iría al día siguiente a la hora señalada, el miedo se apoderó de él durante el día, por lo que le pidió a uno de sus discípulos seminaristas que le acompañara aquella noche, la obscuridad llegó como cualquier otro día, pero Ramón la sintió mil y un veces más opresora, más aplastante, más siniestra, pasaron las eternas horas hasta las dos y media de la mañana, hora en la que ambos sacerdotes salieron con dirección al lugar presuntamente embrujado, iban llegando al lugar a las tres de la mañana y no tuvieron que buscar mucho, ahí lo vieron, más negro que la noche misma, la silueta de un hombre con sombrero de charro montado a caballo., se mantuvieron tranquilos al ver tan tenebroso panorama, pero el miedo creciente amenazaba con salir a través de un grito en ambos hombres de Dios, sin importar esto, caminaron hacia donde se encontraba el espectro, quién cabalgó tranquilamente hacia ellos. Con pasos temblorosos y rezos silenciosos llegaron a su encuentro, al acercarse, no pudieron ver nada más que su sombrero y traje de charro negros, que iban en compás con su obscuro y desnutrido equino.
"Padre, necesito que me confiese", dijo el charro negro antes de que los sacerdotes pudieran decir algo, era una voz profunda y terrible, amenazante y llena de tristeza, en ese momento, Ramón recordó que tenía de su lado la fuerza de la fe y el miedo desapareció, "Claro que sí hijo", contestó, esperando poder ayudar al alma en pena, pero voy a necesitar que te quites tu sombrero, al quitarse el sombrero de charro, el padre Ramón recuperó con creces el miedo que había perdido, vio una cara que no estaba ahí, estaba cubierta de una piel verdosa putrefacta, en algunos lugares se podía llegar a ver el cráneo, al ver la reacción de Ramón, el muerto en vida extendió una mano cubierta por un guante de cuero y le tocó el pecho, Ramón calló desmayado y el charro negro desapareció, con trabajos, el joven sacerdote lo llevó a su casa, donde falleció dos días después.
Aún ahora, la intersección del camino a Bernal con el camino a Querétaro es un lugar evitado por los locales después de que obscurece, ya que desde su primer encuentro con Ramón y el joven sacerdote, muchas personas han afirmado verlo, algunas, han muerto misteriosamente algunos días después.
Pues ándale, siéntate ahí en ese banquito de madera, porque te voy a contar un relato que ni tu abuela querría que supieras. Ocurrió en el rancho "El Suspiro", un lugar más olvidado por Dios que una misa a las tres de la mañana. Todo sucedió en el establo, el lugar donde los animales descansan y a veces también el mal acecha.
En aquel rancho, había un mozo llamado Lázaro, trabajador hasta los huesos pero con una mala suerte que ni te cuento. Una noche de luna llena, el jefe le pidió que se quedara más tarde, asegurándose de que las bestias estuvieran bien alimentadas y el establo bien cerrado.
"Ten cuidado, Lázaro", le dijo el patrón, "que el Charro Negro ronda por estos lados en noches como ésta."
Lázaro se rio. "Si el Charro Negro se aparece, le invito un trago de mezcal."
La noche estaba más oscura que boca de lobo y el viento ululaba como alma en pena. Lázaro estaba solo en el establo, y el ambiente se sentía más pesado que un costal de maíz mojado. Empezó a sentir un frío que le calaba los huesos, como si alguien hubiera dejado abierta la puerta del mismísimo infierno.
Fue entonces cuando lo vio. A la entrada del establo, un hombre vestido de charro con un sombrero tan negro como la noche misma. Sus ojos eran dos brasas ardientes y en su mano llevaba una botella de mezcal.
"Vengo por lo que me ofreciste", dijo el Charro Negro con una voz que sonaba como el crujir de huesos secos.
Lázaro, sintiendo un miedo que no podía explicar, le ofreció un trago. El Charro Negro lo aceptó y bebió directamente de la botella. Pero cuando Lázaro intentó hacer lo mismo, la botella se deshizo en sus manos, convirtiéndose en cenizas.
"Sabes, muchacho", dijo el Charro Negro, "el mezcal es el néctar de los condenados. Y tú, ya te has ganado tu lugar."
Sin más, sacó un lazo negro como el carbón y lo lanzó sobre Lázaro, quien gritó como nunca había gritado antes. El Charro Negro se lo llevó, y las bestias del establo se desataron en un frenesí, rompiendo todo a su paso.
Al día siguiente, encontraron el establo destruido y a los animales sueltos. De Lázaro no quedó más que su sombrero y una botella de mezcal vacía. Y aunque buscaron por todas partes, nunca lo encontraron. Desde entonces, en las noches de luna llena, dicen que se escuchan los gritos de un hombre y el relincho de un caballo negro galopando a toda velocidad.
Así que ya ves, amigo, cuidado con lo que deseas, porque en esta vida y en la otra, hay deudas que uno no puede dejar de pagar.
En Amatitán Jalisco se cuenta una leyenda muy similar y en varias regiones de México.
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