Por; Jesús Hoyos Hernández//Nacional//Análisis//Política//Opinión//
Los mexicas celebraban a sus muertos después de la temporada de cosecha.
Aquí, en México, la muerte no es temida; se le respeta y se le invita a convivir con nosotros una vez más. Nuestros muertos no se han ido, regresan para compartir con nosotros risas, recuerdos y la calidez de su presencia.
Colocamos ofrendas llenas de amor, llenas de vida, porque en México, la muerte es solo una puerta más que cruzamos. Nuestros seres queridos vuelven del más allá, trayendo consigo sus memorias, sus abrazos, y nos recuerdan que mientras existan altares y velas encendidas, ellos nunca se irán del todo.
“La fiesta de muertos, así fiesta, viene de la palabra indígena 'huey miccailhuitl' que quiere decir 'gran fiesta de los muertos'. La tradición de estas fiestas tiene un origen prehispánico, pues los mexicas celebraban a sus muertos después de la temporada de cosecha, entre los meses de septiembre a noviembre.
MICCAILHUITZINTLI: 40 DÍAS DE FESTIVIDADES A LOS MUERTOS
Apartir del 18 de agosto y hasta el 26 de septiembre de acuerdo a la correlación de Durán, eran dos meses dedicados a recordar a los muertos tanto niños, jóvenes y adultos, su recuerdo era en dos veintenas=meses; la primera en Miccailhuitl o Miccailhuitzintli= fiesta de los muertecitos. Y Hueyi Miccailhuitzintli=Fiesta de los muertos grandes o mayores.
Lo que actualmente se celebra tan sólo uno o dos días, en la época prehispánica duraba 40 días es decir dos veintenas, tan grande era su veneración y festejo a la muerte por parte de los pueblos de Mesoamérica, que en su interpretación no era como la concibe nuestro actual pensamiento, sino que era un paso a la trascendencia o infinito que hace el alma.
“Día de muertos”, a eso se redujo una celebración que en el México prehispánico era de por lo menos cuarenta dias, dos “veintenas” llamadas Tlaxochimaco o Miccailhuitzintli (fiesta de los muertos pequeños donde se recordaba a la niños y jóvenes) y Xocotl Huetzi o Hueyi Miccailhuitzintli (fiesta de los muertos grandes) del Mes=Metztli Cempohualli correspondientes al Calendario Solar-Agrícola o Xiuhpohualli. La “celebración” del “día de muertos”, o Miccailhuitl, es una tradición autentica y totalmente mexicana que proviene desde tiempos muy lejanos. El culto a los muertos, veneración y respeto, se fue gestando desde la aparición de las primeras culturas antiguas que habitaron el territorio denominado Cemanáhuac o Mesoamericano. Con la cultura Olmeca inicia la asociación de conceptos ideológicos vinculados con la muerte y el Mictlán "Inframundo": el jaguar, la montaña, la cueva, la oscuridad, el frío, la noche.
Antiguamente, la celebración de Miccailhuitl era en realidad, más que una “celebración”, una festividad religiosa, un acto ceremonioso y ritual para invocar, para llamar, para conmemorar y recordar a las personas que ya habían partido a alguno de los cuatro lugares en los que se creía que podia ir el tonalli (alma o espiritu) según la cosmovisión de los antiguos hombres y mujeres del Anáhuac. Miccailhuitl era también una ceremonia para agradecer a los que nos antecedieron y nos dejaron un legado; era una ceremonia para convivir con ellos. Los mexicanos no olvidan a sus ancestros, los llevan en su memoria, en su corazón, en sus tradiciones y costumbres; los autenticos mexicanos no olvidan a sus muertos. Y que de manera respetuosa en el idioma náhuatl se les llama ABUELOS. Se festejaban a mitad de agosto y hasta finales de septiembre del actual calendario gregoriano.
A diferencia de la actual celebración de “día de muertos” que con el sincretismo religioso se realiza los días 1 y 2 de noviembre, en el México antiguo esta tradición de recordar, conmemorar, y convivir con los descarnados, duraba cuarenta días, dos “veintenas” o cempohualli de su antiguo Calendario Solar-Agrícola Xiuhpohualli, es decir, dos meses de veinte días.
Las “veintenas” en los que se conmemoraba a los ancestros –aquellas personas que nos antecedieron y nos legaron sus formas de vida, sus costumbres, sus tradiciones, su forma de ver y entender el mundo a través de la vida y la muerte– fueron los “meses” noveno y decimo correspondientes al calendario civil o solar conocido como Xiuhpohualli. Estos meses eran: Tlaxochimaco (ofrenda de flores) también llamado Miccailhuitontli, que significa, “la pequeña festividad de los muertos” o “celebración a los muertecitos”, y Xocotl Huetzi (la caida del xocotl), tambien llamado Huey Miccahiluitl, que quiere decir, “La gran festividad de los muertos”. Miccailhuitontli se celebraba del 18-19 de Agosto al 7 de Septiembre, y del 8 de Septiembre al 27 del mismo mes se celebraba Huey Micailhuitl, “la gran festividad de muertos”.
En la cempohualli o “veintena” de Micailhuitontli se conmemoraba a los “niños inocentes muertos” por lo cual también se le llamaba la “festividad de los muertecitos”. Se ofrendaba cacao, ocote, aves, frutas, semillas, Copalli y comida. Los hombres danzaban con las mujeres tomados de las manos o abrazados, danzaban despacio, suave, de manera ceremonial; y cantaban en los patios de los templos hasta bien entrada la noche. La figura del signo de estos días era un muerto amortajado “a la manera que ellos amortajaban” (con manta y red) sentado en un icpalli (silla o trono) pintado entre nubes. En aquellos días, los ancianos bañaban a los niños, les cortaban el pelo, los ungían y los emplumaban; ofrecían ese servicio para que estos pequeños no murieran. En este mes iban a la montaña y cortaban un gran árbol al cual le quitaban la corteza y alisaban. A este gran madero hacían ceremonia y consagraban con humo de copalli, danzas y cantos. Tenían acostado este madero y lo tenían en preparación para cuando fuera levantado en el mes siguiente. A este gran madero llamaban: Xocotl
En la cempohualli o “veintena” de Huey Micailhuitl, “la gran festividad de los muertos”, se conmemoraba a los muertos grandes, adultos. Esta festividad religiosa era una de las principales de todo el año. Los tlamacazqueh (sacerdotes) se atuendaban con sus mejores galas, rica plomería, oro y piedras preciosas, lo mismo hacia el resto de la población. Así, los ministros del templo levantaban en el patio del teocalli el gran madero llamado Xocotl y en su cúspide ponían un ave o pájaro hecho de masa de amaranto (tzoalli), el cual debían bajar y derribar el madero tras varios rituales de esta actividad se deriva lo que hoy conocemos el famoso palo encebado, por eso se le llamaba a esta ceremonia Xocotl Huetzi que quiere decir, “la caída del Xocotl (del madero)”. Se ofrendaba en estos días mucha comida y “octli de la tierra”, es decir, pulque. Los hombres y mujeres realizaban una danza muy solemne alrededor del Xocotl antes de derribarlo, e iban ricamente ataviados con plumas y joyas; en los brazos y piernas llevaban plumas rojas. En estos días, todos tenian permiso para beber pulque, a excepción de los jóvenes que les estaba prohibido y si lo hacían tendrían una pena de castigo.
Es posible que la “veintena” que tiene por nombre Teotleco (“la llegada de los principios generadores de la naturaleza”) haya sido también una “veintena” en la que se conmemoraba a los muertos porque la tierra descansa después de dar todo el alimento y verdor en los campos. Fray Bernardino de Sahagún menciona como la noche anterior de la festividad, los mexicanos colocaban “un petate de harina de maíz… En este montoncillo imprimían los dioses la pisada de un pie en señal que había llegado”. En algunos pueblos o comunidades indígenas se continua esta costumbre, pero es para saber si llegaron sus muertos. Es posible que Teotleco signifique “la llegada de la energía fría y de los muertos”, pues el término Teotl significa dios dependiendo del contexto, también podría significar “muerte” o “muerto”. Además, recordemos, que en la concepción de los antiguos mexicanos, la muerte se “diviniza” como dios.
Cuatro eran los lugares a donde iban los muertos, según las creencias de los antiguos mexicanos. El lugar de destino estaba determinado por la manera en que la persona moría. Si morían peleando en un campo de batalla en las Xochiyáoyotl (Guerras Floridas), según era el caso de los guerreros, estos iban a la casa del sol, al Tonalcalco o Tonatiuhichan, pues el sol era considerado el “guerrero mayor” ya que todos los días salia victorioso y triunfante de su paso por el Mictlán en donde habia vencido a la muerte. Se creía que estos guerreros acompañaban al sol en su trayecto celeste. También, aquellas mujeres que morían en su primer parto eran consideradas guerreras, pues habían librado una batalla para poder dar a luz y habían otorgado un nuevo guerrero a sociedades militaristas como Huexotzinco, Tlaxcallan, Texcoco o Tenochtitlán entre otras, y se decía que al morir iban a la casa del sol. Estas mujeres muertas llamadas cihuateteo acompañarían al sol en su recorrido del atardecer, cuando el “gran guerrero” estuviera a punto de entrar al Mictlán y librar una nueva batalla. A este tiempo-espacio en que las mujeres muertas consideradas guerreras acompañan al sol desde el cenit hasta la puesta de éste en el poniente se le llama: Cihuatlampa ubicado en el Iztaccíhuatl para los Huexotzincas donde está nuestra señora de la montaña Coatlicueitl, se creía que después de cuatro años, estos guerreros que estaban en el Tonalcalco, podían regresar a la tierra en forma de colibrí o mariposa y podían visitar a sus familiares, descendientes o amigos.
Si la persona moría ahogada, o su muerte tenía alguna relación con el agua, entonces se pensaba que iba al Tlalocán, el lugar de Tláloc, el señor de las aguas celestiales, de las montañas y de la tierra fértil. Se creía que el Tlalocán era una especie de “paraíso” en el que abundaban todo tipo de plantas, flores y frutos, verdes valles y montañas frondosas, ríos y lagos; un lugar lleno de vida en el que las personas estarían muy contentas. En nuestra Cosmovisión Huexotzincatl se cree que el Tlalocán esta en los cerros y montañas.
Si la persona moría de muerte natural, entonces iría al Mictlán, el lugar de los muertos, de la quietud, del eterno reposo. Antes de llegar a este lugar, tendrían que pasar por nueve obstáculos y peligrosas pruebas, conocidos como “niveles o pisos del Mictlán Inframundo” los cuales tenían que ir transcendiendo y cruzando uno por uno.
En el primer nivel, llamado Itzcuintlan o Apanohuayan, “el lugar de los perros” o “ el lugar donde se tiene que cruzar el agua”, respectivamente, el muerto debía cruzar un enorme río, para lograrlo, un perro de color bermejo le reconocería como su antiguo amo y lo ayudaría a cruzar el río. En el segundo nivel, llamado Tepetl Monamicyan, “el lugar de las montañas que se juntan”, era un lugar en el que había dos montañas que chocaban entre si, el difunto debía pasar por el único camino existente entre estas dos montañas, calculando el momento propicio para pasar y no quedar atrapado o aplastado. El tercer nivel era llamado Itztepetl, “montaña de obsidiana”, era un lugar con una montaña cubierta con navajas de obsidiana, el muerto debía escalar y cruzar esta montaña siendo cortado y desgarrado por las filosas obsidianas. El cuarto nivel era un lugar de fuertes y fríos vientos, cortantes como obsidiana, cubierto de hielo y nieve, conocido como Itzehecayan, “lugar de viento de obsidiana”. Se decía que este lugar era una sierra con aristas cortantes compuesta de ocho collados en los que siempre caía nieve. El quinto nivel era conocido como Pancuecuetlacayan, “el lugar donde flotan las pantlis” (banderas o estandartes). Era un enorme desierto gélido constituido por ocho paramos, aquí también soplaban fuertes vientos gélidos. Se decía que el muerto tendía a ser elevado por los vientos y volar o flotar como bandera. Debía buscar la manera de no ser arrebatado bruscamente por los vientos y cruzar ese camino. El sexto nivel era el Temiminaloyan, “el lugar donde la gente es flechada”. En este lugar existía un largo camino en cuyos costados aparecían unas manos que lanzaban puntiagudas flechas a los muertos para atravesarlos y desangrarlos, por lo que debían evitar a toda costa ser flechados. El séptimo nivel era el Teyolocualoyan, “el lugar donde se come el corazón de la gente”. Aquí habitaban fieras salvajes, se cree que eran jaguares, que atrapaban a los caminantes y les abrían el pecho para comerles su corazón, sin éste el difunto caía a un río de aguas negras en que quedaría atrapado y muy difícilmente podría salir. Por esa razón debía evitar encontrarse con el jaguar, pero si lo encontraba, llevaría consigo un jade verde el cual ofrecería al felino a cambio de que no se comiera su corazón. El octavo nivel se llamaba Itzmictlan Apochcalocan, “el lugar de la muerte de obsidiana y de la casa que humea con agua”, era un lugar lleno de humo, de neblina, que cegaba a los muertos, no les permitía ver el camino, perdiéndose incontables veces. El noveno nivel era un enorme valle compuesto de nueve ríos profundos, a este lugar llamaban Chicnahuapan “el lugar de los nueve ríos”. El muerto debía cruzarlos para por fin llegar al Mictlán, el lugar en donde habitaban Mictlantecuhtli “el señor de la muerte” y Mictecacihuatl, “la mujer de la muerte”, la pareja del inframundo. Estos le recibirían finalmente para otorgarle el descanso y el reposo eterno. Se creía que el tiempo que duraba en cruzar el muerto los nueve obstáculos era de cuatro años, tiempo en el que sus familiares hacían ofrendas, ritos y ceremonias para que su muerto pudiera llegar a salvo al Mictlán. Después de estos cuatro años, no le hacían más ceremonias, el muerto estaba por fin descansando.
El cuarto y último lugar a donde iban los muertos, estaba destinado a los niños. Cuando estos pequeños morían por cualquier causa, se decía que iban a un lugar en donde existía un enorme árbol de cuyas frondosas ramas escurría leche para que éstos pudieran beberla y seguir alimentándose. Este lugar era conocido como Chichihuacuauhco, “el lugar del árbol con chichis” o “del árbol de leche” como le llaman otros, era en fin un árbol madre. Algunos creían que estos niños, cobijados por las grandes ramas de este inmenso árbol, poblarían nuevamente la tierra cuando la humanidad actual fuese de nuevo destruida. Así, en un lugar de muerte, se gesta la vida.
La muerte fue para los antiguos habitantes de Mesoamérica en realidad una prolongación de la vida, de la existencia. El Tonalli de las personas iría a algún lugar en donde continuaría existiendo y cumpliendo con alguna función. La muerte como una conclusión total y definitiva de la vida no existía en la cosmovisión de los pueblos del Cemanáhuac o Mesoamericana. La gente iba a algún lugar por la manera en que moría a diferencias de algunas otras religiones en el que tu destino después de la muerte esta determinado por el acto de creer, si crees “aquello o lo otro”, o por una elevada moral, “si te portas bien, si te portas mal”. Y por último, según algunos estudiosos de las practicas indígenas, los antiguos mexicanos se despedían diciendo: “y que la muerte que traes a tus espaldas, te de larga vida”.
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