Las palabras de nantzin
(mamá). Mi Chilpayate ¿Por qué estás muy Chipil? Ven te voy a Apapachar.
Es que tú eres el mas Xocoyote (Pequeño) ¡Ah! Pero cuando crezcas y no
te portes bien, te daré con el Chichicastle(hierba
que causa ardor, comezón e inflamación) Aunque te escondas entre mi
Chincuete. (Falda).
Las palabras chilpayate,
chipil, apapachar, xocoyote, chichicastle y chincuete provienen del idioma
náhuatl y en la actualidad, son pocas las veces que las escuchamos o escribimos.
“Chilpayate" palabras náhuatl “txipil” que significa “niño
llorón” y “ayatl”que quiere decir "reboso", refiriéndose
al niño pequeño que es cargado en un rebozo.
Surge la palabra compuesta
“txipilyatl” que hace referencia
a un bebe. Según la RAE
es una palabra utilizada solo en México y su significado es “niño de corta edad”. Es así que Chilpayate, es un término utilizado en México para
referirse a un niño de corta edad, que es cargado con rebozo.
En
la cultura mexicana, es común ver a madres cargando a sus hijos pequeños en un rebozo, lo que refleja la
conexión entre el término "chilpayate" y esta
práctica tradicional. En resumen, "chilpayate" es una
palabra de origen náhuatl lengua indígena que, en el contexto mexicano, se
utiliza para referirse a un niño pequeño, y su etimología está ligada a la
práctica tradicional de cargar a los bebés en un rebozo.
Estar
“chipil” es encontrarse en estado melancólico y necesitar tanto
comprensión como cariño, esto de acuerdo con el diccionario del español de
México (DEM). El mismo libro expone que se trata de una palabra de origen náhuatl que
describe un malestar, sobre todo en infantes
cuyas madres se encuentran embarazadas. Mientras
que la Real Academia de la Lengua Española dice que “chipil” se aplica en niños que
recientemente fueron destetados, y que en consecuencia enferman. No obstante lo
que digan ambas fuentes, en lo general los mexicanos aplicamos el término a
alguien que está triste, para nosotros es algo así como la tristeza mexicana.
¿Alguien
puede morir por chipil, es decir, tristeza? Y todo parece indicar que sí.
Existe algo que se llama “síndrome del corazón roto”, una cardiopatía que se da
cuando existe una depresión prolongada.
Nuestras
abuelas siguiendo la tradición oral y la medicina tradicional saben de varios
remedios caseros a basé de plantas, como infusiones, baños con hierbas, frotar
el cuerpo etc. Para curar lo chipil. Las parteras en México, tenían conocimientos de medicina tradicional.
Capote de palma; Capote de campesino, dependiendo la región se le conoce con distintos nombres: Tzoyapetlatl, Capizayo, Capisayo, Pachón, Capote o Nahual de palma; como le llamaban en Huexotzinco, una comunidad al norte del centro de México
Aunque existe el capote que utilizan los toreros, en México existió una prenda artesanal, un utensilio tejido de palma, que portaban los campesinos en temporada de lluvias. En la actualidad existen las mangas para protegerse del mal tiempo nuestros antepasados tejían diferentes utensilios que después tenían diferentes usos.
El capote que antes utilizaban los
campesinos que se dedicaban a la agriculturaera tejido depalma seca ó tule, el mismo material con que construían
algunas palapas. A parte de tejer tenates, sombreros, petates, canastos, la palma era útil, para muchas actividades del
campo para tejer ataderos, una especie de cuerdas, para los amarres, también eran
úlizadas, las cuerdas de iztle lo extraían del magey 2, o del enequén, todo era material vegetal biodegradable.
El capote les servia a los
campesino protegerse de las constantes tormentas y podían hacer sus labores y
andar dentro de la lluvia sin mojarse, muy lejos estaban los impermeables de
hule, ó pedazos de bolsas de plástico. Los capotes estaban tejidos de palma por
dentro por la parte de afuera colgaban algunas palmas, como si se cargara con
un tercio de palma, no sabes lo practico de esta indumentaria prehispánica ancestral, arcaica
y rustica, pero si sabemos que nuestros campesinos utilizaron una indumentaria
hecha de palma.
En
los años 40s, había pueblos expertos en la fabricación de capotes de palma.
Capisayo, kachinda' en lengua ngiwa,
Dice:
en este arte y eran las mujeres las encargadas de su manufactura, aunque
también hay hombres que lo hacen. Los capotes se fabrican colocando sobre el
suelo trenzas de palma distendidas, sobre las cuales se amarran hojas no
tejidas de palma, imbricando en el exterior las capas en la forma en que se
hace el tejado de las casas. La palma se trabaja previamente humedecida. En el
pasado muchos campesinos portaban sus nahuales "capotes" en tiempo de
lluvias, no sólo cuando trabajaban en el campo sino cuando bajaban al tianguis
a vender sus productos o realizar compras.
Dependiendo la región se le conoce
con distintos nombres: Tzoyapetlatl, Capisayo, Capizayo, Pachón, Capote o Nahual de palma;
como le llamaban en Huexotzinco, una comunidad al norte del centro de México
Los capotes de palma fueron
descritos y fotografiados por viajeros y etnógrafos que visitaron Michoacán y
otros estados productores de esta fibra vegetal en el último tercio del siglo
XIX.
Un ejemplo del nahual de palma aparece en el códice
Xólotl, un líder de los chichimecas porta una especie de capa tejida con hojas
de palma, pero también en la historia tolteca-chichimeca se puede observa dos
líderes de aquellas tribus usando una especie de tilma con hojas de palma que
se asemeja al nahual de palma.
Ésta prenda quedó plasmada en varios códices de algunas culturas Mesoamericanas y quizá, la hemos visto también en alguna antigua película mexicana, por ejemplo, en Maclovia. En esta película el personaje que interpreta Pedro Armendáriz, porta una de ellas al estar bajo la lluvia.
Capisayo, es el nombre con el que comúnmente en el estado de Oaxaca se le conoce a este utensilio. Fue de mucha utilidad para proteger al cuerpo de la lluvia y también, el nombre cambia dependiendo la región de nuestro país, por ejemplo: En el Oriente del valle de México se le conoce como Pachón.
En el estado de Michoacán se le llama Chereque, Cherépara o Chiripe y en algunos estados se le conoce como China, Nahual o Capote.
Esta prenda o utensilio, estaba hecha de palma o tule y entretejida manualmente por personas muy hábiles aprovechando los recursos naturales de sus regiones.
Fotos antiguas de Tipos Mexicanos
usando capotes de palma por el Fotógrafo Charles B. Waite. (Charles B. Waite,
Fotógrafos)
Casa de la cultura, Puebla, Pue.
La palma se trabaja previamente
humedecida. En el pasado muchos campesinos portaban sus nahuales
"capotes" en tiempo de lluvias, no sólo cuando trabajaban en el campo
sino cuando bajaban al tianguis a vender sus productos o realizar compras.
Los Capotes eran famosos, por su resistencia y
amplitud. Se utilizaba amarrado a los hombros; era cómodo y no dejaba pasar el
agua. Cuando estaban secos, podían servir como colchón en tiempos de frío.
Decayeron cuando a fines de los años 70s porque hicieron su aparición masiva
las mangas de hule y los impermeables plásticos de diversos colores.
En
la actualidad con hojas de la
Brabea Duleis también se hacen petates, se techan viviendas
campesinas y se confecciona una gran variedad de objetos de
uso
doméstico como bolsas, morrales, cestos para guardar ropa, tortilleros,
escobas, sacudidores, sopladores, asientos de sillas de madera y juguetes de
diversas figuras. Con la fibra de color cafe rojizo, que se da entre la base de
cada palma y el tronco, conocida comúnmente como anjeo, se preparan sudaderos
para los lomos de las bestias de montar o de carga antes de colocarlas la
silla, las albardas y los fustes o aparejos; son piezas rectangulares de
aproximadamente 120 centímetros de largo por unos 60 o 70 de ancho y unos 5 centímetros de espesor, formadas por fibras pensadas y cosidas a mano con hilo
de ixtle y aguja de aria.
El
arte de la cestería es una herencia ancestral de las primeras prácticas que el
hombre aprendió e hizo infinidad de usos. A la palma de abanico de dónde se
extrae el material para la fabricación y tejido, se le conoce con el nombre de
Pímu, en P'urhepecha y con el de ixhuahuautl, en náhuatl.
Por; Jesús Hoyos Hernández// Herencia cultural//Prehispánica//Proyectando a México//
Las parteras en México, una labor
de sabiduría y asistencia en la medicina tradicional.
Hasta
apenas algunos años posteriores era común escuchar, partera, comadrona,
madrina, guardiana, curandera, madrona, matrona, yerbera, abuela, en algunos
casos hasta bruja. Las parteras en México tienen un lugar en la historia en la medicina
tradicional. Hasta mediados de 1970 finales de los 80´s delsiglo pasado, el 90% de los mexicanos
nacidos, eran asistidos, por una partera, más en las comunidades, de todo
México, la mayoría carente de servicios básicos, carentes hasta de electricidad
mucho menos de hospitales, acondicionados
donde existieran alumbramientos. En esas condiciones las mujeres daban a luz,
en su casa siempre asistidas por una comadrona, quienes con recetas a base de
hierbas ungüentos, entre otros desde el embarazo siempre asistían en todo
momento a las mujeres embarazadas ó próximas a dar a luz a un nuevo ser. En
muchas ocasiones, en chozas muy humildes y en muy precarias condiciones con
pobreza extrema, estas mujeresnunca se
negaban y ponían todo su empeño, en salvar a la criatura como a la madre cuando
el parto era difícil. Eran mujeres con un amplio conocimiento y sabiduría nada
mas una partera se calcula que tuvo la pericia
de asistir por lo menos entre cien a 500 nacimientos en toda su vida, lo peor de todo
ó para fortuna de algunos de nosotros que estas grandes mujeres muchas veces no
cobraban por sus servicios, algunos les pagaban con cuartillos de fríjol ó de
maíz, o lo que quisieran darles, más cuando la precariedad era evidente para
muchos mexicanos que tuvimos la dicha ó la desgracia de nacer en un petate como
cama y en suelo. Las parteras de los pueblos originarios han acompañado la vida
desde tiempos ancestrales, transmitiendo saberes que van más allá de la
atención al parto: cuidan la salud materna, sostienen los lazos comunitarios y
preservan conocimientos tradicionales sobre el cuerpo y la naturaleza.
Las parteras son profesionales de la salud que atienden y asisten a las mujeres durante el embarazo, parte de la medicina tradicional de México.
Las parteras en el antiguo México prehispánico
En
las culturas mesoamericanas la labor de las parteras eran vistas como un
ejercicio sagrado, como una labor comunitaria, la labor de las parteras
prehispánicas era de respeto y sabiduría. Una labor divina eran las
sacerdotisas de la fertilidad. El oficio de las parteras formó parte la
cosmovisión de la civilización prehispánica, por tanto, su función cobró
también una dimensión ritual y social. En ningún caso el nacimiento de un
individuo era visto como un asunto aislado, por el contrario, era un
acontecimiento que involucraba a toda la comunidad. De acuerdo a Fray
Bernardino de Sahagún, las parteras eran personajes respetables que estaban
evocadas a la adoración Chicomecóatl, diosa de la fertilidad humana y agrícola.
El origen de la matronería es tan antiguo como la humanidad. No obstante, las
distintas culturas han conservado una serie de conocimientos tradicionales
vinculados al embarazo. Este es el caso de México, país en el que las parteras
tienen una relación estrecha con el mundo indígena. El proceso de embarazo
estaba indiferenciado del acto creativo de la madre tierra. Por lo tanto, los
paralelismo entre la vida vegetal y el embarazo eran comunes. Los hijos eran
vistos como plantas que se desgarraron de sus madres para florecer sobre el
mundo.
Según las fuentes, al
saberse embarazadas, las mujeres hacían saber la noticia primeramente a sus
padres, quienes organizaban una comida para hacerlo saber a la comunidad. En
ese momento las parteras tenían una primera participación como consejeras
espirituales y médicos.
La vida y la muerte
Para
nuestras culturas prehispánicas la vida y la muerte tenia estrecha relación la
vida y la muerte en la cosmovisión prehispánica era un mismo camino, la mujer
que podía dar vida era tratada como una guerrera, se enfrentaba a una terrible
lucha. Cuando el momento del parto llegaba, la madre se transformaba en una
guerrera, ya que se consideraba que libraba una lucha entre la vida y la
muerte. El momento del parto era llamado «la hora de la muerte», donde se
pensaba que la madre renacía del lugar de los muertos. El vientre de la madre
era visto como la transformación de la putrefacción en vida, del mismo modo que
lo hacía la diosa Tlazotéotl, quien devoraba la inmundicia para luego parir
nuevos seres traídos del Mictlán.
El uso del temazcal ó temascal
El
uso de temazcal ó temascal para uso terapéutico para el alumbramiento ó para
los nacimientos, durante y después fue primordial,en algunos casos el lugar de alumbramiento
era en el temazcal, las parteras medicaban a las madres con distintas hierbas
para acelerar el proceso de nacimiento. Para los nahuas, las mujeres que daban
a luz y los niños recién nacidos eran como los vegetales que nacían y
permanecíanen estado vegetal tiernos y
crudos, pero con el uso del temazcal iban tomando su color natural es decir
madurando. La asistencia al temazcal también tenía el significado un ritual
divino de acceder a las entrañas mismas de la Madre Tierra. «Es una cueva, una barranca, lo que hay en
nosotras (ca oztotl ca te/xxitl in totech ca)», eran
palabras comunes que las mujeres utilizaban para emparentar el vientre femenino
con la tierra.
Las parteras al igual que nuestras abuelas siguiendo la medicina tradicional podían curar de, espanto, de empacho, de la mollera, de lo chipil, cuando los niños se torcían etc.
Las parteras mexicanas en la actualidad
Por
el año 2012 las parteras mexicanas lograron ser reconocidas como parte de la
medicina tradicional de México, ya que en muchas partes de la república, todavía
es una actividad altruista de conocimiento cultural de la medicina tradicional
que se resiste a morir, a pesar que ahora el 90% de los nacimientos se realiza
en hospitales y a pesar de toda su labor y lucha, esta actividad y las mujeres
parteras han permanecido y son objeto de discriminación y rechazo por
algunossectores de la sociedad.
Principal mente por el sector salud y la medicina oficial que muchas veces no
acepta los preceptos y procedimientos de la medicina tradicional. Su labor es
esencial, pero muchas veces no es reconocida ni integrada en los sistemas de
salud. Ante la necesidad de fortalecer el vínculo entre las parteras y el
sector salud, desde un enfoque intercultural que respete sus saberes y
garantice a las mujeres una atención digna y segura.
Por nuestra parte un reconocimiento a las
parteras de los pueblos originarios que sin ustedes nosotros no estaríamos
aquí.
Tzitzitlinii.
–¡Puja Tzitzitlini! ¡Puja! – dijo una mujer con el ceño
fruncido y la frente llena de sudor. –¡Eso hago Tene! ¡Eso hago! Pero siento
que la cabeza me estallará en cualquier momento – respondió la joven que se
hallaba en plena labor de parto, tendida sobre el áspero manto de arpillera. –¡Puja,
mi Florecita! ¡Ya casi lo logras! ¡Es tu primera semilla en este mundo! ¡Puja! –Ya
ha transcurrido mucho tiempo Tene ¿Segura que todo está bien? Me estoy
sintiendo mareada… Tene, ¿Qué está pasando? Ya casi no la veo. Un inesperado
manto de sombras cubrió los ojos de la jovencita. En apenas un instante perdió
la noción del tiempo y el espacio. Sus dolores antes insoportables, ahora le
parecían ajenos y lejanos, como un sueño imposible de recordar. Las
instrucciones de su vieja madre, alguna vez claras y sonoras, se habían
convertido en un simple murmullo ahogado en la inmensidad. Y su cuerpo, que
hace solo unos segundos ardía en fiebre y amenazaba con resquebrajarse, ahora
solo flotaba sin rumbo en un enorme vacío donde la luz y la oscuridad, eran uno
solo, un sitio en el que las lágrimas se volvían risas y las risas se volvían
lágrimas. –¡Es un niño! – creyó oír a los lejos. Pero nada pudo responder
porque flotaba sin rumbo y su boca, no le obedecía; aunque su mente le decía
una cosa, su cuerpo hacía otra. Intentó tomar el control de la situación, pero
nada pudo hacer. Agotada, cerró los ojos y se dejó llevar.
Cuando despertó, un afluente infinito de aguas cristalinas
le rodeaba y ella, recostada sobre él, apenas y podía moverse, presa de un
inusual estupor y una gigantesca sensación de sorpresa. Pronto la corriente la
depositó en la costa. Cuando intentó ponerse en pie, descubrió que le fallaban
las fuerzas, permaneció tendida en el suelo hasta que cuatro niños de piel
ambarina y hermosos tocados de plumas y oro, la ayudaron a incorporarse. Caminó
con ellos de la mano durante un largo rato sin saber a dónde se dirigía, pero
sin miedo alguno de que fuera a sucederle algo malo. Finalmente, los chiquillos
se detuvieron. Tzitzitlini miró en todas direcciones buscando la razón de tan
súbita parada y la halló a su derecha o al menos, creyó haberlo hecho. Ahí,
junto a un pequeño arroyo de agua color turquesa, un hombre de piel traslucida
con tonos rojizos jugueteaba con un colibrí, ajeno por completo a ella o los
pequeños que la habían conducido hasta ahí. Tras algunos instantes que
parecieron durar demasiado, el hombre giró la mirada hacia donde ella se
hallaba y dijo:
–¿Qué me han traído pequeños? ¿Acaso es otra guerrera? -Los
chiquillos asintieron y desaparecieron tan pronto como dieron su escueta
respuesta. –Ven– dijo el hombre dirigiéndose a Tzitzitlini – ven mi pequeña,
supongo que tendrás algunas preguntas. – Sí, algunas – musitó la joven, entrelazando sus manos
con fuerza y dando pequeños pasos llenos de timidez. –¿Sabes dónde estás? –No,
no lo sé. –Esto es el Tonatiuhichan, el paraíso dentro del Otro Mundo. Solo
aquellos que mueren en batalla logran alcanzar este punto con tal celeridad.
Solo esos que ofrendaron su vida por el bien de los demás son dignos de vivir
aquí, a mi lado. –Entonces me supongo que hay una equivocación
–declaró la jovencita– no soy una guerrera. Solo soy una
madre primeriza que al parecer no lo hizo muy bien. –Dime, pequeña Tzitzi,
¿Acaso hay batalla más ardua que la de llevar a un nuevo ser al mundo terrenal?
¿Será que hay guerrero más fuerte que una madre que es capaz de dejarlo todo en
aras de que su vástago nazca sano y salvo?
–Yo… no sé si una madre que ni siquiera pudo sobrevivir al
parto deba ser tratada con tantas consideraciones. –Al contrario puntualizó
aquel que parecía ser un dios una mujer que no tiene empacho en sacrificar su
propia vida para que la de su semilla florezca, merece todas esas
consideraciones y aún más… solo las verdaderas guerreras del Anáhuac merecen
llegar aquí y tú lo has logrado…
Tzitzitlini rompió en llanto y se dejó caer sobre las
rodillas en el suave pasto que cubría aquel mundo llamado Tonatiuhichan.
Algunos colibríes la rodearon, intentando consolarla con sus dulces aleteos,
pero ella parecía no escuchar y solo atinaba a cubrir su rostro con las manos,
llena de dolor, tristeza y mucha vergüenza. El hombre de la piel traslucida la
tomó del brazo y la condujo suavemente hasta una pequeña pileta. Ahí, le apartó
las manos de la cara y dijo: –Observa.
La muchacha miró con desdén el agua contenida en la
pequeña fuente, pero pronto cambió su expresión al ver las imágenes que ahí se
mostraban; era su madre, arropando a un pequeño niño, abrazándolo con el amor
que solo una abuela es capaz de dar. Tras ella, se hallaba un muchacho de
rostro triste y mirada perdida. Era su esposo. El joven que la había desposado
hace apenas unos meses. –¡Son ellos!. Mi tene, Tochtli y… ¿Mimizton? ¿En verdad
ese pequeño es mi hijo? El de la piel traslúcida asintió y dijo:
–Tu esposo necesita saber que estás bien. Ya casi hiciste
todo lo que debías hacer. Ahora solo te falta ayudarlo a comprender. Cierra los
ojos. Pídele que abrace a tu hijo. Que lo cuide y proteja en tu nombre. Que le
dé el amor que tú no podrás darle. Hazlo, Tzitzi, hazlo. Con los ojos llorosos,
pero férrea determinación, la jovencita siguió las instrucciones de aquel que
parecía ser un Dios y dejó que las palabras llenaran su cabeza. Le dijo a su
amado tantas cosas que sería imposible siquiera el pretender contarlas. Luego
sonrió y él también lo hizo. Allá en el mundo donde los hombres y las mujeres
están hechos de maíz, [2] el joven Tochtli dejó la tristeza atrás y abrazó con
fuerza y calidez a su único hijo, a la semilla de Tzitzitlini, a aquel al que
cariñosamente llamaban “Mimizton” antes de nacer. –Mi pequeño hijo, mi amado
“Mimizton”. Dime, ¿volveré a verlo? –Sí–
respondió lacónico su interlocutor. –¿Cuándo? –preguntó ansiosa la muchacha. –Pronto.
–¿Cuánto es “pronto”? –“Allá” eso es mucho, pero aquí, es más bien poco…
¿Sabrás esperar? –Siempre dijo la joven madre – Siempre.
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