Biografía del El general Miguel Negrete abandono su partido conservador para defender a su patria en contra de la intervención francesa; con la siguiente frase -“Yo tengo patria antes que partido” Participó en la batalla del Cinco de Mayo de 1862
Jorge Negrete tuvo ilustres antepasados históricos y heroicos. Por la vía paterna, Miguel Negrete, participó en la batalla del Cinco de Mayo de 1862, contra la invasión francesa de México. Por la rama materna, descendía de los generales Pedro María Anaya, famoso por su frase "Si tuviéramos parque no estarían ustedes aquí" cuando defendía la plaza de Churubusco durante la invasión norteamericana de México en el siglo XIX y de Pedro Moreno célebre por su valiosa actuación en la Guerra de Independencia. Dos calles de México llevan sus nombres.
El general Miguel Negrete nació en Tepeaca, Puebla, el 8 de mayo de 1824, comenzó su vida militar como pequeño zapador al servicio de su padre pero no fue hasta 1843 que se enlistó en el ejército mexicano como soldado raso. Posterior a eso, tuvo una gran participación en la Guerra contra Estados Unidos y el Plan de Ayutla en Michoacán. Dejó a un lado su bando conservador y participó en la defensa de la nación en la intervención francesa uniéndose así al ejército liberal con su célebre frase “Yo tengo Patria antes que Partido”. Estuvo al mando de la Segunda División de Infantería teniendo una desataca participación en la Batalla de Puebla el 5 de mayo de 1862, llegando a ser considerado como el segundo héroe de dicha batalla. Uno de los generales mexicanos que destacaron en la batalla del 5 de mayo de 1862 en Puebla fue Miguel Negrete, un conservador que ante la intervención francesa se unió a sus antiguos enemigos para luchar por la libertad de México. Cuestionado por amigos y familiares sobre por qué se había sometido a Juárez, Negrete solía responder que él tenía patria más que partido, frase que hoy en día deberíamos tener muy en cuenta. En “Toda la noche ardió la tierra. Dignidad de las comunidades poblanas ante el invasor” (2011), Pedro Angel Palou Pérez escribió lo siguiente sobre Miguel Negrete:
«El día 4 de mayo de 1862, se ocupó con la tropa el General Negrete, en arreglar los fosos, trabajando sus soldados con las bayonetas, pues carecían de instrumentos de zapa. Para las doce del día estaban aún en tal mal estado éstos, que se podían subir por ellos a caballo; a la oración de la noche, baió a dar parte al General en Jefe y a recibir sus órdenes; éste le dijo que le confiaba la defensa de los cerros y que en caso de ser atacado lo reforzaría con otras Brigadas, que al avistarse el enemigo lo anunciara con un tiro de cañón, cuyo acto verificó Negrete personalmente a su tiempo. La primera providencia enérgica por demás que tomó, fue anunciar en la orden del día, que todo el que diera media vuelta en el combate, fuera muerto inmediatamente por el que lo advirtiera. Mandó llamar el biografiado al mayor General de Órdenes, e hizo la distribución de sus tropas y Jefes, nombrando al Gral. Arrutia, Jefe del Cerro de Guadalupe, el Gral. Rojo, que era su segundo en Jefe, Comandante de Loreto; reservándose un cuerpo formado de las Compañías de Tetela, Xochiapulco, Zacapoaxtla y Apulco, a las órdenes del Coronel D. Juan N. Méndez y dos batallones de corto número de la Brigada de Morelia, haciendo todos un total de mil quinientos hombres que fueron arengados por él. En una de estas arengas, les decía:
"Muchachos, nos vamos a batir con los que se dicen primeros soldados de mundo, pero ustedes deben demostrar que nosotros somos los primeros por el derecho que tenemos en nuestro suelo".
Batalla del 5 de Mayo
En octubre de 1861, Francia, Inglaterra y España suscribieron la Convención de Londres, en la cual se comprometieron a enviar contingentes militares a México ya que este tenía una gran deuda de 80 millones de pesos, aproximadamente eran 69 millones para los ingleses, 9 millones para los españoles y 2 millones para Francia. La alianza tripartita amenazó al presidente Benito Juárez con una invasión inminente si no se saldaba por completo las deudas que México tenía con los tres países europeos. Juarez responde con un exhorto para lograr un arreglo amistoso, y los invitó a conferenciar. Sin embargo, sabía que había una guerra inminente y trató de proteger la Ciudad de México traladando pertrechos y ordenó la fortificación de Puebla. Creo al Ejército de Oriente y el hombre que se designó en el mando fue el general Ignacio Zaragoza. En un principio la Alianza Tripartita aceptó el llamado al diálogo de Benito Juarez y sus representantes se reunieron con Manuel Doblado, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno mexicano, quien consiguió que Juan Prim, representante español, y Lord John Russell por Inglaterra se retiraran. A este acuerdo se le conoce como los Tratados Preliminares de la Soledad. El 5 de marzo, cuando aún se realizaban las negociaciones de los Tratados de la Soledad, llegó a Veracruz un contingente militar francés bajo el mando de Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez. A finales de abril, Lorencez desconoció los Tratados de Soledad y se puso en marcha, junto con sus efectivos, hacia Puebla, con el fin último de conquistar la Ciudad de México. Antes del 5 de Mayo, el día 28 de abril de 1862 tuvo lugar un enfrentamiento conocido como la Batalla de las Cumbres entre el Ejército Expedicionario Francés y el Ejército Mexicano. En este conflicto hubieron cerca de 500 bajas francesas en contra de apenas 50 bajas mexicanas. Pese a esto, el Ejército Expedicionario francés consigue hacerse con el control del Paso de Acultzingo.
Después de la Batalla de las Cumbres el conde de Lorencez conservaba su confianza y mandó a decir a Napoleon III que: “Somos tan superiores a los mexicanos en organización, disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que le ruego anunciarle a Su Majestad Imperial, Napoleón III, que a partir de este momento y al mando de nuestros 6,000 valientes soldados, ya soy dueño de México” El 2 de mayo parte el Ejército Expedicionario Francés desde San Agustín del Palmar en Veracruz con rumbo para cruzar la Sierra Madre Oriental y dirigirse hacia Puebla ya que era paso obligado para llegar a la capital del país. Otros generales mexicanos también participaron en la defensa de Puebla como es el caso de las tropas de Oaxaca dirigidas por Porfirio Díaz. El centro de la línea lo defendió Francisco Lamadrid con las tropas del Estado de México y San Luis Potosí. La izquierda se apoyó en el cerro de Acueyametepec ubicado en el norte de la ciudad y en cuya cumbre se ubicaban los Fuertes de Loreto y Guadalupe, con el general Miguel Negrete a la cabeza de la Segunda División de Infantería. El conde de Lorencez ordena una maniobra sorpresiva que divide a la columna francesa en dos y que da como resultado a 4,000 hombres marchando para atacar los Fuertes de Loreto y Guadalupe. Esta decisión pudo ser la causa de la derrota francesa ya que los mexicanos contaban con la ventaja en estas posiciones. El 6o. Batallón de la Guardia Nacional del Estado de Puebla, bajo el mando del entonces coronel Juan Nepomuceno Méndez, fue el primer cuerpo del Ejército de Oriente en hacer frente a los franceses, al ubicarse en la línea comprendida entre los fuertes, y rechazar su ataque. Varios embates franceses fueron repelidos por la resistencia del Ejército Mexicano como es el caso de los zuavos, el regimiento de élite de la infantería francesa, quienes iniciaron un sigiloso ascenso hacia el Fuerte de Guadalupe pero fueron recibidos con bayonetas y obligados a retroceder. El coronel mexicano José Rojo avisó a Antonio Álvarez que era tiempo de que la caballería mexicana entrara en acción para alcanzar una victoria completa. Ordenó a los Carabineros de Pachuca cargar sobre los restos de la columna, disparando sus carabinas y lanzando mandobles de sable sobre los franceses, siendo totalmente rechazados. A las dos y media de la tarde, cuando los mexicanos empezaban a vislumbrar la victoria, Lorencez se dispuso a lanzar el último asalto, dirigiendo a los Cazadores de Vincennes y el Regimiento de Zuavos hacia Guadalupe. Zaragoza dispuso que el Batallón Reforma de San Luis Potosí saliera en auxilio de los fuertes. Luego de ser repelidos por última vez, las fuerzas del Ejército Expedicionario Francés comenzaron a huir completamente dispersados. Se replegaron a la hacienda Los Álamos, para finalmente retirarse hacia Amozoc. En Palacio Nacional en la Ciudad de México se sabía poco acerca del conflicto más allá del telegrama recibido a las 12:30 en el que Zaragoza avisaba que el intercambio de fuego había iniciado. A raíz de la incertidumbre el gobierno había hecho salir precipitadamente al general Florencio Antillón al mando de los Batallones de Guanajuato, quedando como guardianes de la capital sólo 2,000 hombres del Regimiento de Coraceros Capitalinos A las 4:15 de la tarde finalmente se recibió un nuevo telegrama: … Sobre el campo a las dos y media.— Dos horas y media nos hemos batido. El enemigo ha arrojado multitud de granadas.— Sus columnas sobre el cerro de Loreto y Guadalupe han sido rechazadas y seguramente atacó con cuatro mil hombres. Todo su impulso fue sobre el cerro.— En este momento se retiran las columnas y nuestras fuerzas avanzan sobre ellas. Comienza un fuerte aguacero.— I. Zaragoza Finalmente, a las 5:49 de la tarde, Zaragoza anuncia la victoria: Las armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria: el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del Cerro de Guadalupe, que atacó por el oriente de izquierda y derecha durante tres horas: fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formado en batalla, fuerte de más de 4,000 hombres, frente al cerro de Guadalupe, fuera de tiro. No lo bato, como desearía, porque el Gobierno sabe (que) no tengo para ello fuerza bastante. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 o 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros. Sírvase vd. dar cuenta de este parte al C. Presidente.— I. Zaragoza El general conservador Miguel Negrete, abandonó al partido conservador y se puso a disposición de Zaragoza con la siguiente frase: “Yo tengo patria antes que partido.”
La tropa estaba bien dispuesta y entusiasmada, contestaba con ardor ¡Viva México! La acción estaba por darse, la suerte resolvería. Veamos cómo narró esta formidable batalla del 5 de Mayo de 1862, en distintos periódicos, el biografiado: Al amanecer del día 5 de Mayo, en lo que primeramente me ocupé fue en revisar mi posición y contar mis fuerzas, que quedaban en el centro de las dos posiciones de Guadalupe y Loreto, y vi que eran 800 hombres formando dos pequeños batallones de Morelia y el batallón de Zacapoaxtla. En el cerro de Guadalupe tres pequeños Batallones: dos de Morelia y el segundo batallón de Puebla, formado en su mayor parte de los trabajadores del campo que habíamos tomado de leva en el camino. Total, quinientos y tantos hombres; y en el cerro de Loreto, el sexto batallón de línea, que no llegaba a 200 hombres, con lo cual se completaban escasamente, y por junto, 1,500 hombres. A las siete de la mañana, se presentó el enemigo en la hacienda del Álamo, que dista tres millas de la capital de Puebla. Allí hizo alto poco menos de una hora, emprendiendo en seguida su marcha sobre la plaza. Venían tres columnas paralelas de infantería, trayendo su reserva, en el centro, a otro regimiento con un escuadrón a la derecha y otro a la izquierda de la reserva, y a la cabeza de esta reserva el General en Jefe con su Estado Mayor, tras la columna de reserva, los carros y mulas de ambulancia. En este orden, se presentaron a la vista de la garita, y haciendo una marcha por el flanco derecho, vinieron a colocarse en el mismo orden al norte de los cerros de Loreto y Guadalupe. Antes de desprenderse las tres columnas sobre los cerros, de la que venían de la izquierda, formada por el Regimiento de Cazadores de Vincennes, se desprendieron dos compañías de vanguardia sobre el flanco izquierdo de nuestras fuerzas, que estaban en la garita, sirviéndoles a su vez de reserva una compañía del 99, cuyo cuerpo formaba la reserva total del eiército invasor. Estos hombres de Cazadores Vincennes se posesionaron de una zanja, en donde estuvieron todo el tiempo que duró el combate en los cerros. En el acto que vi desprenderse los tiradores del Regimiento de Zuavos que formaban el centro de la batalla, mandé desprender el Batallón de Zacapoaxtla en guerrillas de tiradores, con sus reservas, con orden a su coronel, el patriota D.Juan N. Méndez, para que me atraiera la columna enemiga al centro de los dos cerros, y que se viniera batiendo en retirada y haciendo fuego, hasta quedar formado a la izquierda de los batallones de Morelia. El enemigo traía a su derecha el primer Regimiento de Marina; en el centro de los zuavos con una gran línea de tiradores, y el resto de Cazadores del Regimiento de Vin-cennes a la izquierda. En este orden avanzaban dichas tres columnas, protegidas por el fuego de su artillería, que estaba ya muy activo a la sazón sobre la posición de Guadalupe. Este ataque dado por los invasores sobre nuestras posiciones, quedaba completamente oculto a la ciudad de Puebla; al Cuartel General y al resto de nuestras fuerzas. Mandé a mi ayudante que avisase al General en Jefe, que solamente dos compañías se habían desprendido sobre la garita, y que yo tenía encima todo el ataque de los invasores. Ya mis guerrillas de Zacapoaxtla, venían en retirada y se me presentaba su jefe, el Coronel don Juan N. Mendez, herido con un balazo en el hombro izquierdo. Mandé que se retirara para que lo curasen, ofreciéndole que en esos momentos lo iba yo a vengar. A la sazón se me presentó el Teniente Coronel don Agustín Lozano, anunciándome que de orden del General en Jefe ponía al General Berriozabal bajo mis órdenes. Como he dicho antes, se había mandado al General Berriozábal del Cuartel General para ponerse a mis órdenes su columna, la cual era compuesta del Fijo de Veracruz y dos batallones de Toluca, primero y tercero. Al presentárseme dicho señor Berriozábal, me manifestó que lo mandaban a mis órdenes, pero que yo ya sabía que no era soldado, a lo que yo le respondí que bien comprendía que yo sólo era el único responsable de esa posición, y le mandé formar sus tres cuerpos a la derecha de los dos batallones de Morelia y en batalla, pecho a tierra, encargando a dicho General que se ocultaran él y su Estado Mayor en donde no fueran vistos por el enemigo. Mandé en seguida a mis ayudantes para que dieran órdenes a todos los cuerpos que permanecieran pecho a tierra, comunicando al que se levantara ser castigado severamente por sus oficiales. Esta misma orden se había dado también a la tropa que estaba en los fuertes de manera que al replegarse el Batallón de Zacapoaxtla a la izquierda de la lira, echándose pecho a tierra, se quedó el enemigo sin encontrar a su vista fuerza a quien combatir. Como en la acción de las cumbres de Acultzingo vi el efecto que les hizo el ataque de sorpresa y emboscada, me propuse desde la víspera en la noche darles con toda la fuerza y desde los fuertes, un ataque igual. Así es que al llegar las columnas de Zuavos y de Marina con su gran línea de tiradores al frente no encontraron a más enemigo que a mí, montando en mi caballo. Comenzó en el acto toda su ala de tiradores a dispararme sus armas, matándome el caballo en los primeros tiros. Al caer el noble animal a mis pies, volví a montar en el acto en el caballo de mi criado, que se encontraba oculto, recibiendo en seguida otro tiro que se llevó la cabeza de la silla. Por un momento dejaron de tirarme, y el jefe que venía mandando las columnas de ataque del ejército invasor, mandó hacer un cambio de frente sobre su izquierda, para dirigir su asalto sobre el cerro de Guadalupe.
Los tiradores zuavos, en el movimiento que iban haciendo iban indudablemente a dar sobre línea; pero aún no acababan de darme el costado las columnas, cuando descubriéndome la cabeza con la mano izquierda, y levantando mi derecha con la espada en la mano, grité: ¡En el nombre del gran poder de Dios, arriba soldados y fuego! Al levantarse, los soldados se encontraron con sus enemigos a treinta varas de distancia; éstos, sorprendidos con el fuego que recibían de frente y por los costados, huían desorganizados y arrastrándose por el suelo, siendo la desmoralización tan completa, que el primer Regimiento de Marina nos dejó más de mil setecientas mochilas tiradas; advirtiendo que en línea había por parte nuestra, la Brigada Berriozábal, compuesta de tres batallones; total, ochocientos y tantos hombres, y ochocientos en los tres cuerpos, los dos de Morelia y el de Zacapoaxtla; mil setecientos y tantos hombres en combate. El enemigo, mil y tantos zuavos y dos mil del primer Regimiento de Marina, total, tres mil y tantos hombres. A la primera rechazada, entusiasmada mi línea de batalla, me gritaba ¡a ellos, mi General! En el momento en que fueron alcanzados los zuavos, formaron grupos y círculos y se vinieron sobre nosotros. En esos momentos me hacía pedazos una bala mi espada; pero en el acto que volaba el puño de ella, se me presentó el Coronel don Feliciano Chavarría y me entregaba la suya, acción que le agradecí muchísimo porque comenzaba el combate a ponerse muy desfavorable para mis fuerzas, por la reclutada que cometí de permitir avanzar en desorden sobre el enemigo y no avanzar en batalla, como lo debía haber hecho. Al ver que comenzaba a tener muchas bajas, por la ventaja que tenían los enemigos sobre nosotros a la bayoneta, con la misma voz que mandé levantar y romper el fuego, volví a gritar la retirada, arrancando a mis soldados de la muerte segura. Volviendo a mi posición, hice formar en batalla, y aunque ésta se efectuó sin el orden de cuerpos, por estar confundidos unos con otros, sin embargo, quedó bien organizada, sin separarse un solo soldado de la línea. Al ser yo avisado de la aproximación de la columna, corrí para el fuerte de Guadalupe; pero antes de llegar a ese punto me encontré con un ayudante del General en Jefe que conducía el batallón de Reforma de San Luis, que mandaba el General Zaragoza, de auxilio; y poniéndome a la cabeza de dicho batallón, salí al costado izquierdo del fuerte, lugar donde llegué en momentos que atacaban el fortín que ve hacia el Norte y el Poniente, y a 15 varas de su costado mandé desplegar en batalla el Batallón de Reforma, mandando también en batalla, a retaguardia, la primera división y el paso veloz sobre la derecha, rompiendo un fuego graneado sobre el valiente primer Regimiento de Cazadores de Vincennes, poniéndole en completa dispersión. Los soldados que defendían esa cortina, eran los trabajadores del campo que habíamos tomado de leva en la retirada de Acultzingo. Estos peones, en medio del entusiasmo, tiraron las armas, y tomando piedras de unos montones que había allí, concluyeron con una granizada de piedras sobre los Cazadores de Vincennes.
Este hecho me lo hizo advertir el Coronel don Rafael Cravioto que se encontraba a mi lado; en esos momentos, los dispersos de la columna de Vincennes huyendo de nuestros fuegos, se desbordaron por el Oriente del cerro, y según lo que me contó un ayudante del General en Jefe, al verlos bajar tiró su cachucha por lo alto el General Zaragoza, gritando: ¡Hemos ganado! ;Este es el General Negrete! ¡Viva México! En esos momentos un ayudante mío le anunciaba al General en Jefe el parte del triunfo definitivo, sobre los cerros. Montando dicho General inmediatamente a caballo, subió con ellos; yo me encontraba frente a la línea con un anteojo observando la retirada del enemigo, que la hacía por la hacienda del Álamo, cuando fui avisado que el General en Jefe se acercaba. Salí a su encuentro, y le di un ligero parte de la acción, conduciéndolo al campo de batalla, y al observar a los muertos del ejército enemigo, abriéndome los brazos, me dijo: "General, esto es de gran importancia para nuestra patria; reciba usted mis felicitaciones y este abrazo", y al abrazarnos, montados sobre nuestros caballos, se nos rodaron a ambos las lágrimas de entusiasmo.
Después recorrimos todo el campo, y cuando llegamos al foso donde se había rechazado a los Cazadores de Vincennes, alli volvió a tener dicho Ceneral en jefe otro momento de entusiasmo. Entre los muertos había varios oficiales, distinguiéndose entre ellos un capitán, que murió casi sentado con el frente a la trinchera, lleno su pecho de condecoraciones; en ese lugar vimos que los invasores llegaban a la hacienda del Álamo, retirándose el General en Jefe para la ciudad. Los zuavos, que se creyeron triunfantes por un momento, avanzaban a paso de carga sobre nuestra retirada; pero al ser recibidos por un fuego nutrido de la batería, vinieron muchos a morir al pie de nuestros soldados. Ya en esta vez no quise mover mi línea sobre el resto que quedaba de los zuavos, y al cesar el fuego, mandé descansar armas. Mientras estos combates pasaban, los Cazadores de Vincennes avanzaban sobre el fuerte de Guadalupe. A esta columna de Cazadores le servía de guía un joven jalapeño que se llamaba Carlos Duffó; éste los conducía por las pedreras, haciéndoles desfilar y perdiendo muchas horas en su marcha, por cuya causa llegaron tarde al combate. Miguel Negrete».
Falleció el 5 de enero de 1897 en la Ciudad de México. Sus
restos fueron inhumados en la
Rotonda de las Personas Ilustres el 5 de mayo de 1948.
Fuente: Pedro Angel Palou Pérez, “Toda la noche ardió la tierra. Dignidad de las comunidades poblanas ante el invasor”, Puebla, Editorial Las Ánimas, 2011.
Catedrático
y luchador social2 del Estado de Querétaro, investigador y académico.
Licenciatura en ingeniería industrial en producción- Se graduó en 1977 por el
Instituto Tecnológico de Querétaro, Cédula:467255C1.
Es
Profesor investigador universitario y Formador de docentes e Ingeniero civil
con maestría en docencia de las matemáticas y candidato a doctor en
didáctica de las matemáticas. Profesor en la Facultad de Ingeniería de
la Universidad
Autónoma de Querétaro y en el Instituto Tecnológico de
Querétaro.
El
profesor Ángel Balderas, es un luchador social obradorista, encauso todas las
luchas sociales de la mano del Ex presidente Andrés Manuel López Obradorcuando este era opositor, desde el fraude en
tabasco, posteriormente, acompaño Andrés Manuel en su lucha pacifica contra el
desafuero, a estado presente en todas las luchas. La lucha por la democracia(Éxodo por la democracia) en
México, y en contra de la privatización de PEMEX y de todas las reformas neoliberales, 1,2,3. Encabezo la defensa de muchos mas
movimientos sociales, durante el periodo de Fox, Calderón y Enrique Peña Nieto, fue parte del movimiento del gobierno legitimo de Andrés Manuel
López Obrador y del movimiento (3) #Yosoy132. Fue fundador del partido Movimiento
de Regeneración Nacional, MORENA, de Queretaro. 2013. Presidente del
Consejo Estatal de MORENA en Querétaro en el periodo 2015-2022. Fue secretario
de Organización del partido. Coordinación de las tareas de afiliación y la
realización de asambleas municipales.
Aunque
el maestro fue expulsado en el 2022 del partido de Morena, Por correligionarios golpistas mediáticos al partido, no podemos negar su gran trabajo como
académico y luchador social de todas las causas sociales. Un gran líder de
izquierda con una gran dimensión sociale ideologíade izquierda.
Aunque
es ingeniero y profesor en matemáticas expone cualquier tema político y
problema social. Fue parte de la transformación de México y de un partido
político que hoy por hoygobierna
México.
5 de mayo de 1862 Muere Ignacio Zaragoza por la tifo. Ignacio Zaragoza no había tenido un momento de reposo. Infatigable recorría las posiciones de sus tropas y los campamentos donde se atendía a los heridos y los numerosos soldados azotados por una terrible epidemia de tifo.
Muerte de Ignacio Zaragoza. 8 de Septiembre
de 1862
El
5 de mayo de 1862 grabó su nombre en la historia de nuestro país y cuatro meses
después —en septiembre— exhaló su último suspiro y se convirtió en leyenda. Sin
duda, la muerte del general Ignacio Zaragoza conmovió al país y fue un golpe sumarísimo para la república. Hoy quiero compartirles lo que al respecto escribió
Raúl González Lezama, investigador del INEHRM:
«Cuando
la República
se encontraba preparándose para sufrir una nueva embestida de los invasores
franceses y sus aliados mexicanos, tuvo lugar el lamentable fallecimiento del
artífice de la victoria alcanzada a las afueras de la ciudad de Puebla el 5 de
mayo de 1862. Desde aquella fecha feliz, Ignacio Zaragoza no había tenido un
momento de reposo. Infatigable recorría las posiciones de sus tropas y los
campamentos donde se atendía a los heridos y los numerosos soldados azotados
por una terrible epidemia de tifo. En El Palmar, cuando se dirigía a Acatzingo,
fue atacado por un fuerte dolor de cabeza y alta temperatura. No se preocupó,
pues atribuyó ese malestar a la lluvia que durante su viaje lo empapó varias
veces. Lejos de recuperarse, la salud del general Zaragoza se deterioró. Su
secretario y el jefe de su Estado Mayor, sospechando que había caído víctima
del tifo, determinaron trasladarlo a Puebla. El general Jesús González Ortega
recibió del enfermo el mando provisional del Ejército de Oriente. En un guayín
al que se le acondicionó un toldo, fue acomodado el general saliendo muy
temprano de Acatzingo. El viaje fue penoso, pues fuertes aguaceros retrasaron
su marcha, llegando la tarde del 4
a su destino. Al día siguiente por la noche, el dolor de
cabeza y la fiebre fueron insoportables. A las 11 de la mañana del día 6,
comenzó a ser presa de delirios que lo llevaron a imaginar que se desarrollaba
una batalla, por lo que demandó sus botas de montar y su caballo. Los médicos y
ayudantes del general debieron sujetarlo para evitar que abandonara el lecho en
su deseo de salir a dirigir sus tropas. Al verse impedido, increpó a quienes
trataban de auxiliarlo, llamándolos traidores, pues en su ofuscación se imaginó
vendido a sus enemigos. Más tarde tuvo breves instantes de lucidez y los
facultativos creyeron posible su restablecimiento. En la Ciudad de México la alarma
había comenzado a cundir desde que se tuvieron noticias de su traslado a
Puebla. La madre de Zaragoza y una de sus hermanas, salieron rumbo a Puebla
acompañadas por el doctor Juan N. Navarro, enviado por órdenes del presidente
Juárez. El día 7, el mal fue en aumento; con dificultad pudo reconocer a su
madre y a su hermana y fue víctima de nuevas alucinaciones. El doctor Navarro,
tras examinarlo, declaró con desconsuelo que no había nada que se pudiera hacer
para salvarlo. La habitación del héroe del Cinco de Mayo se llenó de jefes,
oficiales y amigos del moribundo que deseaban acompañarlo en sus últimas horas.
Al amanecer del 8 de septiembre, un nuevo ataque se llevó consigo toda
esperanza. Ignacio Zaragoza, en su mente, se creyó prisionero de los franceses.
Cuando sus ojos contemplaron a la nutrida audiencia que rodeaba su lecho
preguntó: “¿Pues qué, también tienen prisionero a mi Estado Mayor? Pobres
muchachos… ¿Por qué no los dejan libres?”. Pocos minutos después expiró.
Un
telegrama del doctor Juan N. Navarro anunció a la capital la terrible noticia:
“Son las diez y diez minutos. Acaba de morir el general Zaragoza. Voy a
proceder a inyectarlo”. Ese mismo día, Sebastián Lerdo de Tejada en la Cámara de Diputados pidió
que se declarara benemérito de la patria al extinto general, que le fuera otorgado
el grado de general de división, que se concediera un donativo de cien mil
pesos para su única hija, pero, conociendo la imposibilidad del erario para
cumplir con esa disposición, sugirió que se le asignara una pensión de tres mil
pesos anuales a la pequeña huérfana en tanto no pudiera ser cubierta. Pensiones
iguales debían de ser asignadas a la madre y hermanas del fallecido. El
ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación, Juan Antonio de la Fuente, tuvo la ingrata
tarea de comunicar a los gobernadores de los estados de la República el trágico fin
del guerrero tejano y de comunicar el decreto del presidente Juárez en el cual
se ordenaban la ejecución de honras fúnebres en su memoria. El 13 de septiembre
fue el día fijado para la inhumación de Zaragoza. Todos los establecimientos
comerciales de la Ciudad
de México permanecieron cerrados y la mayoría de los habitantes de la capital
vestían de luto riguroso.
A
las once y media de la mañana, los niños de las escuelas abrieron el cortejo,
los seguía el comandante de la línea con sus ayudantes, tras ellos, un cuerpo
de la Guardia
Nacional móvil, dos cuerpos de Guardia Nacional sedentaria,
una batería de artillería y un escuadrón de lanceros; en seguida los caballos
de batalla del fallecido, entre los que se encontraba el utilizado durante la
batalla de Puebla, correctamente ensillado. El ataúd del general se hallaba
depositado en un carro fúnebre que en uno de sus costados llevaba una manta en
la que se leía “Cinco de Mayo”. Detrás del carro, venían los dolientes a pie,
el primero el presidente de la
República acompañado por sus ministros; tras ellos, numerosos
carruajes, todos ellos vacíos en señal de respeto. La procesión funeraria se
extendía a lo largo de muchas cuadras. Las calles por donde avanzó la procesión
lucían adornadas con cortinas blancas y lazos negros. Pocas casas dejaron de
adornar sus fachadas. Incluso la residencia del ministro de Prusia se mostraba
enlutada. En la esquina de Plateros (hoy Francisco y Madero) se levantó un arco
triunfal, en cuyo frente, escrito con hojas de laurel, se leía sencillamente
“Cinco de Mayo de 1862”,
no había necesidad de mayor explicación.
En
el Panteón de San Fernando, el cadáver fue colocado en el enorme catafalco en
cuyos costados se reprodujeron varios poemas en honor del fallecido. Los
oradores ocuparon su lugar en la tribuna; el primero en hablar fue José María
Iglesias, otros más hicieron uso de la palabra, pero sin duda, el más destacado
fue Guillermo Prieto, quien conmovió hasta las lágrimas a los presentes. A las
tres de la tarde la ceremonia había concluido. Francisco Zarco resumía el
sentimiento de la mayoría de los mexicanos: “Inmensa, dolorosamente, tal vez
irreparable es la pérdida que acaba de sufrir la República. Zaragoza
era su gloria, su tesoro, y era también su esperanza”. Y profetizó “Su nombre
no perecerá jamás, será transmitido a las más remotas generaciones, y figurará
al lado de los de Hidalgo y de los padres de nuestra independencia”
El C. general Ignacio Zaragoza. En 1829, nace en Bahía del Espíritu, cerca de Goliad, en Coahuila y Tejas cuando este territorio pertenecía a México y su padre, el capitán Miguel G. Zaragoza, se encontraba destinado en aquel lugar. estudia en Matamoros su primaria y después ingresa a la secundaria en el Colegio Seminario de Monterrey.
El
C. general Ignacio Zaragoza nació en la bahía del Espíritu Santo (Tejas) el 24
de Marzo de 1829. Fueron sus padres el capitán Miguel G. Zaragoza, que se
encontraba destinado en aquel lugar por el Gobierno mexicano, y la señora D.
María de Jesús Seguin. Recibió su primera educación en Matamoros y la continuó
en Monterrey, capital del Estado de Nuevo León, en donde comenzó también la
secundaria en el Colegio Seminario de aquella ciudad. Poco inclinado a las
únicas profesiones a que se podía aspirar con los estudios que se tenían en
aquel colegio, que eran las de la
Iglesia y del foro, abandonó la cartera y siguió a su padre,
quien fue destinado en Zacatecas. Separado de la carrera militar su referido
padre, regreso con la familia a Monterrey, en donde su hijo Ignacio se dedicó
al comercio.
Comenzaron
después a levantarse las milicias cívicas o guardias nacionales, y Zaragoza,
por su propia inclinación, fue uno de los primeros que con gusto se apresuraron
a inscribir. Sus compañeros de guardia nacional le nombraron sargento primero;
pero la carrera militar de Zaragoza dio principio en 1853, que por disposición
del gobierno absoluto de Santa-Anna, se levantaron milicias activas en Nuevo
León. Zaragoza marchó en una de esas compañías para Tamaulipas con el empleo de
capitán.
Desde
entonces tuvo ya deberes que llenar: había consagrado sus servicios a la
patria, empuñaba las armas nacionales y le era por lo mismo preciso ocurrir a
sus sentimientos de hombre y de mexicano, y pensar en la causa que se. le
quería hacer defender. Aquellos sentimientos no podían consultarle la pasiva
obediencia al gobierno arbitrario e inmoral que había usurpado el poder público
de su país. Zaragoza no debía, no podía servir a ese gobierno; aguardaba una
oportunidad para alistarse en las filas de los que lo combatían, esa
oportunidad se le presentó con el pronunciamiento de Monterrey desconociendo la
administración de Santa-Anna.
No
bien tuvo lugar este feliz suceso, que tanto contribuyó en la caída de aquel
tirano, cuando su digna madre, que vivía en Monterrey, mandó a uno de sus hijos
que violentamente fuera a Ciudad Victoria, en donde se encontraba el capitán su
hermano en el batallón que daba guarnición en aquella ciudad, para que le
impusiera de lo acaecido, y le manifestara que ni por un momento más siguiera
en las filas de aquel odiado gobierno, que le obligaría a combatir en contra de
sus hermanos y de la buena causa que estos defendían.
Zaragoza
no vaciló: abrigaba las mismas convicciones, y de acuerdo con dos o tres de sus
compañeros, expresó con dignidad sus intenciones a su coronel, tratando de
convencerlo, y diciéndole que era invariable su resolución, así como ineficaz
toda resistencia de su parte, supuesto que, como sabía, contaba con el aprecio
de la tropa, que también quería correr la suerte de sus paisanos los
nuevoleoneses. El coronel se opuso, pero no pudo impedir que al siguiente día,
30 de Mayo de 855, Zaragoza se pusiera en marcha para la mencionada ciudad de Monterrey,
con algunos oficiales y 113 hombres mas que le acompañaron.
Su
recepción en todo el Estado de Nuevo-León sirvió de augurio a los triunfos que
se esperaban, y avivó el entusiasmo en favor de la causa proclamada. Recursos,
hombres, armas, todos aprestaban en aquel Estado lo que tenían, y aunque faltos
de disciplina y de hábitos militares, los nacionales formaron en breves días,
un grupo de hombres que marchaban llenos de Fe, a combatir las selectas tropas
que tenia Santa-Anna en Matamoros al mando del siempre déspota y no
bastantemente odiado francés Adrian Woll.
Distantes
ya mas de sesenta leguas, se tuvo noticia que una fuerte brigada se aproximaba
por el camino del interior para ocupar Monterrey. Con la velocidad posible
regresaron aquellas fuerzas, y siguiendo hasta el Saltillo, vencieron allí el
23 de junio del mismo año, a esa orgullosa brigada, que contaba con un seguro e
indefectible triunfo. Sobre el campo de batalla recibió Zaragoza en esta
primera función de armas, el grado de coronel, debido a la serenidad y al valor
que desplegó en lo mas crítico y comprometido del ataque.
Pese
a lo corta de su existencia, ocupa un lugar muy destacado en la historia de
México. De acuerdo con la biografía publicada por Manuel Z. Gómez el año de su
muerte (1862):
“Soldados, se han portado como héroes combatiendo por la Reforma. Nuestros esfuerzos han sido siempre coronados por el éxito. Hoy van a pelear por un objeto sagrado, van a pelear por la Patria y yo les prometo que en la presente jornada conquistarán un día de gloria. Nuestros enemigos son los primeros soldados del mundo, pero nosotros somos los primeros hijos de México. Soldados, leo en nuestras frentes la victoria y la fe. ¡Viva la independencia nacional! ¡Viva la Patria!”
– Palabras del General Ignacio Zaragoza a su ejército antes del combate.
5 de mayo día de la batalla de Puebla
En 1829, nace en Bahía del Espíritu,
cerca de Goliad, en Coahuila y Tejas cuando este territorio pertenecía a México
y su padre, el capitán Miguel G. Zaragoza, se encontraba destinado en aquel
lugar. estudia en Matamoros su primaria y después ingresa a la secundaria en el
Colegio Seminario de Monterrey. Deja sus estudios en el seminario para tratar
de combatir la invasión norteamericana. en 1853 se alista en Nuevo León a la
guardia nacional como sargento. después se incorpora al ejército regular como
capitán. cuando Juan Álvarez proclama el Plan de Ayutla, se levanta en armas
con cien hombres. En 1855 gana en Saltillo una batalla contra las tropas
santanistas. Defiende Monterrey contra los conservadores en 1856. en 1858
regresa a la milicia con las fuerzas de Vidaurri, cuando Comonfort, siendo
presidente de la república, se pronuncia en contra de la constitución de 1857.
Muy pronto se revela como uno de los jefes militares liberales más capaces de
la reforma. En 1859 derrota en Querétaro a Tomás Mejía; se une a Jesús González
Ortega en Irapuato; responsable del ejército en Guanajuato; Vence a Miguel Miramón en Silao, Guanajuato y a Leonardo Márquez en las Lomas de Calderón. En
1860, participa en la batalla de Calpulalpan, donde los conservadores dirigidos
por Miramón, son derrotados definitivamente, hecho con el que acaba la Guerra de Reforma.
Restablecido el gobierno constitucional, el 13 de abril de 1861, Juárez lo
nombra ministro de guerra en sustitución de González Ortega. al iniciar la
invasión francesa, se forma el ejército de oriente dirigido por López Uraga. El
22 de diciembre siguiente, Zaragoza renuncia al ministerio para ir al campo de
batalla. cuando López Uraga deja el ejército de oriente ese mismo año de 1861,
Juárez le da el mando a Zaragoza, quien se dedica a organizarlo y se le unen
seiscientos indígenas Zacapoaxtla y de otras comunidades de Tétela y de la
sierra norte. con siete mil hombres, Zaragoza combate tanto a invasores como a
conservadores. El 28 de abril de 1862, libra la primera batalla en las cumbres
de Acultzingo, el saldo es de quinientos franceses y cincuenta mexicanos
muertos. Zaragoza instalará en Puebla su base de operaciones para evitar una
guerra de guerrillas. El 3 de mayo de 1862, llega a Puebla, que es partidaria
de los franceses. Ese mismo día fortifica los cerros de Guadalupe y Loreto. El
día 4, Lorencez al frente del ejército francés avanza para disponer su posición
de ataque; Días antes, había escrito a su ministro de la guerra: "Tenemos
ante los mexicanos tal superioridad de raza, de disciplina, de moral y de
elevación de sentimientos, que ruego a vuestra excelencia decir al emperador
que ya, desde ahora, a la cabeza de sus seis mil soldados, soy dueño de
México". Zaragoza, sabe que su ejército está en desventaja en disciplina y
armamento respecto al francés, al amanecer del 5 de mayo de 1862, Zaragoza
arenga a sus soldados: “Nuestros enemigos son los primeros soldados del mundo,
pero vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren arrebatar vuestra
patria”. Ordena a Miguel Negrete dirigir la defensa por la izquierda; a Felipe
Berriozábal por la derecha y a Porfirio Díaz que esté junto a él. tras varias
horas de lucha, la batalla no se decide, se enfrentan cuerpo a cuerpo mexicanos
y franceses, finalmente, los invasores se retiran mientras Zaragoza grita:
"Tras ellos, a perseguirlos, el triunfo es nuestro". Por esta acción,
Zaragoza es considerado Héroe de la
Libertad y prócer de la batalla de Puebla y recibe en Palacio
Nacional una medalla en nombre de la patria. Zaragoza regresa a puebla donde, a
los treinta y tres años, muere de fiebre tifoidea contraída a consecuencia de
las fatigas de la campaña, el 8 de septiembre de 1862. sus restos son
trasladados a la capital y enterrados en el panteón de San Fernando. Zaragoza
es sustituido por González Ortega. el 11 de septiembre de 1862, Juárez decreta
que se cambie el nombre de la ciudad de Puebla de los Ángeles por el de Puebla
de Zaragoza.