Por; Jesús Hoyos Hernández//Nacional//Análisis//Política//Opinión//Reatos//Historia de Mexico//Indep3endencia//
Antonio López de
Santa Anna y la guerra de los pasteles
Leyendas Históricas
En
1838, Antonio López de Santa Anna no las tenía todas consigo: había dejado la
presidencia y, rodeado por el descrédito, se refugió en su hacienda de Manga de
Clavo.
En
“Leyendas Históricas”, Ireneo Paz escribió que, mientras Santa Anna jugaba a
los gallos en su hacíenda:
«Una
escuadra [francesa] se había presentado en Veracruz, según las primeras
versiones, para reclamar el valor de unos pasteles que se habían comido los
soldados santanistas en un amasijo francés.
El
pastelero era de Tacubaya, allí se habian comido los milicianos unos 6 pesos de
malos pasteles, y aquel no hizo mas que agregar al 6 unos cuantos ceros para
hacer una reclamación de $60,000. A su ejemplo otro reclamante pidió 30,000
pesos por unos vidrios que le rompieron en un motín, y así, sucesivamente,
fueron presentándose reclamaciones que parecieron de pronto risibles, hasta que
de formalidad los ministros diplomáticos amenazaron, y de las amenazas se vino
á concluir con la presentacion de una escuadra en forma, que exigía el pago de
más de medio millón de pesos.
Como
se comprende muy bien, los negocios en México se habían paralizado, y una
muchedumbre de gente se veía á todas horas, así en los corredores de Palacio,
como frente á las puertas, inquiriendo noticias, las cuales menudeaban de un
modo alarmante. Los unos recogían voces sueltas, los otros esperaban á que se
repartieran los impresos, y muchos que tenían diputados conocidos acechaban su
salida de las sesiones para hacerles preguntas.
Habían
pasado ocho meses de angustias desde que el barón Deffaudis mandó su ultimatum,
no para el gobierno centralista de Bustamante, que permanecía indiferente ó
perplejo ante los graves acontecimientos que se desarrollaban, sino para los
patriotas mexicanos, que con los alientos deseaban que se dictaran providencias
eficaces en punto á la defensa nacional, pues que desde el 15 de Abril había
comenzado el bloqueo de los puertos, cuando una mañana se notó un movimiento
inusitado en Palacio. Los Ministros abandonando su habitual apatía, entraban y
salian á la Presidencia ,
ó se dirigían al Congreso con papeles, y hasta en los puestos militares se
observaba que los oficiales se desperezaban, aguzaban el oido y abrían los ojos
mirando para arriba con aire desazosegado.
Al
dirigirse Payno para el Ministerio de la Guerra , le salieron varios amigos al encuentro,
preguntándole:
—¿Qué
pasa?
Payno,
casi sin detenerse, les contestó:
—Pasa
que mañana llega aqui M. Le Roy.
-¿Y
quién es Mr. Le Roy?
—Es
un oficial de Marina enviado con pliegos de Mr. Carlos Baudin.
—¿Y
quién es Mr. Carlos Baudin?
—Es
el contra-almirante de la escuadra francesa que ha llegado á Veracruz á tomar
la dirección de las operaciones.
—¡Canastos...!
¿De modo que ahora, sí...?
—Puede
ser que traiga grandes pretensiones, puede ser que venga con miras hostiles;
pero puede ser también que presente las bases de un arreglo. Y sin querer
explicarse más, desapareció.
La
llegada de Mr. Le Roy, fue como una explosión; y sin embargo, solo vino á
notificar que Mr. Baudin había llegado investido con plenos poderes de su
gobierno, y que deseaba conferenciar con algún otro plenipotenciario.
Violentamente…
esto es, á los catorce días salió para Jalapa don Luis Gonzaga Cuevas, que era
el factotum de Bustamante, y se encontró con que Mr. Baudin tenía exigencias
exhorbitantes.
Quería
nada menos que los franceses residentes en el país no tuvieran carga alguna en
los servicios púbicos y todas las libertades y garantías para su comercio y
negocios, que fueran puntualmente pagados sus créditos reconocidos, y que
además en el término de 30 días se entregaran ochocientos mil pesos para la Francia ; que se
satisficieran también los gastos que el gobierno francés había hecho para la
guerra; que se castigara á los funcionarios militares y civiles contra quienes
hubiera quejas de los franceses perjudicados, y otras bagatelas semejantes.
Incidente
notable. El general Manuel Rincón mandaba las tropas mexicanas y era el jefe de
la defensa. El Jefe de San Juan de Ulúa le mando pedir permiso para hacer fuego
sobre la escuadra, porque estaba aproximándose de tal modo, que pronto quedaría
á cubierto de las baterías, y ya no podría hacérsele daño.
El
general Rincón contestó:
"El
jefe de la fortaleza se cuidará de hacer fuego sobre los buques enemigos,
mientras no rompan los suyos, principalmente porque todavía se encuentran los
parlamentarios mexicanos á bordo de la capitana."
En
efecto, los oficiales Valle y Díaz, portapliegos del gobierno, se encontraban á
bordo de la Nereida ,
la cual, lo mismo que los otros buques, continuaron maniobrando tranquilamente.
Felonía
semejante, que no debía haber tolerado el general Rincón, aunque hubieran
estado veinte parlamentarios en los buques de guerra enemigos, produjo fatales
consecuencias. Salvada la principal dificultad, que era la de la aproximación
al castillo, sin pérdida ninguna por parte de la escuadra francesa, y colocada
esta en puntos en que ya no podría recibir el menor daño, pudo dar principio al
bombardeo, casi impunemente.
El
general don Antonio Gaona, comandante del castillo de San Juan de Ulúa, que fue
la principal victima destinada al sacrificio por aquel gobierno conservador,
malo, como todos los gobiernos conservadores que ha habido en el país, dijo, en
el parte que rindió de tan triste jornada: que dos causas habían concurrido,
muy desfavorables, para la defensa del castillo: la una, que siempre había
estado manifestando que las piezas del fuerte se encontraban en muy mal estado,
sin que e hicieran caso; y otra, que se hubiera dejado situar á los buques
enemigos frente á los ángulos de las obras. inutilizando al castillo en su
mayor extensión, por lo que, aunque la defensa fuera honrosa, no podia dar
gloria á las armas de la
República.
Así
sucedió en efecto: el fuego enemigo comenzó cuando apenas se desprendió de la
capitana la lancha que llevaba á los parlamentarios mexicanos á Veracruz en
medio de las balas, y desde las dos y media
de
la tarde, hasta las seis y media de la misma, el bombardeo fue arrasante, de
tal modo, que quedaron inutilizados los cañones servibles de la fortaleza y
fuera de combate todos los artilleros y gran número de oficiales y tropa,
siguiendo todavia, aunque más flojo, hasta los tres cuartos para las siete, en
que se solicitó la suspension de las hostilidades.
El
general Santa Anna, que hasta entonces había estado de simple espectador del
bloqueo en su hacienda de Manga de Clavo, y que no podía ver que se
desarrollaran tan ruidosos acontecimientos sin mezclarse en ellos, corrió,
luego que oyó el cañoneo, á presentarse á Rincón, y éste lo comisionó para que
fuera á cerciorarse del estado que guardaba el castillo.
No
era cosa tan fácil, atravesar una legua de mar por entre la metralla; pero
Santa Anna era intrépido cuando quería, tanto mas, cuanto que el fuego casi
llegó á extinguirse cuando él iba en el agua, y logró llegar á la fortaleza
sano y salvo. Allí pudo dar fé de que todo se había ya perdido, puesto que las
piezas estaban desmontadas y no había cureñas de refacción, las municiones eran
escasas, los artilleros habían acabado, dos repuestos de parque habían sido
volados las obras principales estaban destruidas, tres jefes, trece oficiales y
213 soldados fuera de combate, de manera que no se podía pedir mayor sacrificio
á la guarnición, prolongando una defensa inútil, de todo lo cual se levantó una
acta, quedando autorizado Gaona para firmar una capitulación honrosa. Este
valiente jefe exclamó luego:
—Señores,
si alguno cree que todavía estamos en posibilidad de seguir defendiendo la
fortaleza, yo me pongo á sus órdenes para combatir.
Todos
convinieron en que era una temeridad pelear más, y la capitulación se firmó.
Conforme á ella el castillo sería entregado á los franceses á las doce del día
del 28 de Noviembre de 1838, saliendo la guarnición con los honores de la
guerra. A las dos de la tarde todos los buques franceses que había en la bahía
saludaron su pabellón, que fue izado en esos momentos en las torres de Ulúa.
Sin
pérdida de tiempo la escuadra francesa, compuesta de nueve buques y algunas
fragatas, corbetas y bombarderas, formó en línea frente á Veracruz, amenazando
con reducir á escombros la ciudad si no capitulaba, y Rincón, aconsejado por
Santa Anna, que dominó en la junta de guerra, tuvo tambien que capitular. A la
vez el mismo Santa Anna escribía al Ministro de la Guerra , pidiéndole que tal
capitulación no se aprobara, como de hecho no se aprobó, y que se utilizaran
sus servicios en la guerra.
Entonces
el gobierno depuso á Rincón, sometiéndolo á juicio, y nombró general en jefe á
Santa Anna.
—Heme
aquí otra vez en juego y en camino de la Presidencia , dijo este á sus amigos, lleno de
gusto.
Por
la noche llegó el general Arista, quien estando gravemente enemistado con Santa
Anna, le dijo con sequedad:
—Vengo
á ponerme á las órdenes de V. E., según lo dispuesto por el gobierno.
—Deme
un abrazo, general, le contestó Santa Anna: ante el peligro de la patria
debemos deponer todo resentimiento. Con gusto sería yo el que me pusiera á sus
órdenes, si no fuera porque el peligro es inminente y podrían trastornarse las
operaciones.
Despues
de contentarlo con otras frases melosas, le dijo cuáles eran las medidas que
había dictado para la defensa de la plaza contra el invasor, encareciéndole
mucho que sus tropas redoblaran las marchas para formar un ejército respetable.
Hasta
horas avanzadas de la noche estuvieron charlando y luego se pusieron á dormir á
pierna suelta en el mismo alojamiento.
¡Oh
imprevision militar de aquellos generales! A las cinco de la mañana fueron
despertados por los mismos franceses, que habían desembarcado con sigilo é
invadido la plaza.
Santa
Anna pudo escaparse en paños menores por entre los mismos soldados enemigos que
no lo conocieron; pero Arista, que tenía el sueño mas pesado ó que no quiso
prescindir ni en aquel momento de su carácter de general, cayó prisionero.
Es
el caso que Santa Anna creía que estaba dentro de un armisticio porque había
mandado decir á Boudin, que solicitaba una suspension de armas, y fiado en ello
como se fia en un vago deseo, se desnudó y sufrió la gran sorpresa de aquella
madrugada.
El
general Santa Anna luego que se vio libre corrió á reunir los destacamentos que
había en varios puntos por el rumbo de San Sebastian; pero los franceses que
creían haber conseguido su objeto que era apoderarse del comandante de la plaza
y destruir algunos cañones, habían tomado el rumbo del muelle y allí se trabó
la refriega.
Es
preciso advertir que como ignoraban que Arista estuviera en la plaza, creyeron
que este era Santa
Anna
al llevárselo prisionero.
Santa
Anna pues, á la cabeza de sus piquetes, atacó á los franceses en el muelle:
estos le dispararon una pieza de á ocho que tenían allí cargada de metralla y
el jefe mexicano fue herido de un pié y de una mano.
¡Jesus
mil veces! Estas heridas no solo salvaron á Santa Anna de la deshonra, sino que
fueron su rehabilitacion. Ellas le sirvieron de tema para decir en su
bombástico parte que estaba á las orillas del sepulcro, después de haber
conseguido la última de sus gloriosas victorias. Había rechazado á los
franceses á la bayoneta, los había acribillado, los había presto en fuga y en
seguida se había visto precisado á abandonar la plaza de Veracruz destruyendo
la artillería.
Aquí
hay que advertir que eso solo era lo que se habían propuesto los franceses con
su desembarco.
Santa
Anna se retiró del mando, le amputaron el pie y quedó cojo, lo cual dio lugar á
que después le llamaran el Cojo Santa Anna.
También
aquella hazaña la sirvió para elevarse más después.
Y
este fue el peor de los resultados que nos trajo la guerra de los pasteles».
*****
Leyendas Históricas
En
1838, Antonio López de Santa Anna no las tenía todas consigo: había dejado la
presidencia y, rodeado por el descrédito, se refugió en su hacienda de Manga de
Clavo.
En
“Leyendas Históricas”, Ireneo Paz escribió que, mientras Santa Anna jugaba a
los gallos en su hacíenda:
«Una
escuadra [francesa] se había presentado en Veracruz, según las primeras
versiones, para reclamar el valor de unos pasteles que se habían comido los
soldados santanistas en un amasijo francés.
El
pastelero era de Tacubaya, allí se habian comido los milicianos unos 6 pesos de
malos pasteles, y aquel no hizo mas que agregar al 6 unos cuantos ceros para
hacer una reclamación de $60,000. A su ejemplo otro reclamante pidió 30,000
pesos por unos vidrios que le rompieron en un motín, y así, sucesivamente,
fueron presentándose reclamaciones que parecieron de pronto risibles, hasta que
de formalidad los ministros diplomáticos amenazaron, y de las amenazas se vino
á concluir con la presentacion de una escuadra en forma, que exigía el pago de
más de medio millón de pesos.
Como
se comprende muy bien, los negocios en México se habían paralizado, y una
muchedumbre de gente se veía á todas horas, así en los corredores de Palacio,
como frente á las puertas, inquiriendo noticias, las cuales menudeaban de un
modo alarmante. Los unos recogían voces sueltas, los otros esperaban á que se
repartieran los impresos, y muchos que tenían diputados conocidos acechaban su
salida de las sesiones para hacerles preguntas.
Habían
pasado ocho meses de angustias desde que el barón Deffaudis mandó su ultimatum,
no para el gobierno centralista de Bustamante, que permanecía indiferente ó
perplejo ante los graves acontecimientos que se desarrollaban, sino para los
patriotas mexicanos, que con los alientos deseaban que se dictaran providencias
eficaces en punto á la defensa nacional, pues que desde el 15 de Abril había
comenzado el bloqueo de los puertos, cuando una mañana se notó un movimiento
inusitado en Palacio. Los Ministros abandonando su habitual apatía, entraban y
salian á
Al
dirigirse Payno para el Ministerio de
—¿Qué
pasa?
Payno,
casi sin detenerse, les contestó:
—Pasa
que mañana llega aqui M. Le Roy.
-¿Y
quién es Mr. Le Roy?
—Es
un oficial de Marina enviado con pliegos de Mr. Carlos Baudin.
—¿Y
quién es Mr. Carlos Baudin?
—Es
el contra-almirante de la escuadra francesa que ha llegado á Veracruz á tomar
la dirección de las operaciones.
—¡Canastos...!
¿De modo que ahora, sí...?
—Puede
ser que traiga grandes pretensiones, puede ser que venga con miras hostiles;
pero puede ser también que presente las bases de un arreglo. Y sin querer
explicarse más, desapareció.
La
llegada de Mr. Le Roy, fue como una explosión; y sin embargo, solo vino á
notificar que Mr. Baudin había llegado investido con plenos poderes de su
gobierno, y que deseaba conferenciar con algún otro plenipotenciario.
Violentamente…
esto es, á los catorce días salió para Jalapa don Luis Gonzaga Cuevas, que era
el factotum de Bustamante, y se encontró con que Mr. Baudin tenía exigencias
exhorbitantes.
Quería
nada menos que los franceses residentes en el país no tuvieran carga alguna en
los servicios púbicos y todas las libertades y garantías para su comercio y
negocios, que fueran puntualmente pagados sus créditos reconocidos, y que
además en el término de 30 días se entregaran ochocientos mil pesos para
Incidente
notable. El general Manuel Rincón mandaba las tropas mexicanas y era el jefe de
la defensa. El Jefe de San Juan de Ulúa le mando pedir permiso para hacer fuego
sobre la escuadra, porque estaba aproximándose de tal modo, que pronto quedaría
á cubierto de las baterías, y ya no podría hacérsele daño.
El
general Rincón contestó:
"El
jefe de la fortaleza se cuidará de hacer fuego sobre los buques enemigos,
mientras no rompan los suyos, principalmente porque todavía se encuentran los
parlamentarios mexicanos á bordo de la capitana."
En
efecto, los oficiales Valle y Díaz, portapliegos del gobierno, se encontraban á
bordo de
Felonía
semejante, que no debía haber tolerado el general Rincón, aunque hubieran
estado veinte parlamentarios en los buques de guerra enemigos, produjo fatales
consecuencias. Salvada la principal dificultad, que era la de la aproximación
al castillo, sin pérdida ninguna por parte de la escuadra francesa, y colocada
esta en puntos en que ya no podría recibir el menor daño, pudo dar principio al
bombardeo, casi impunemente.
El
general don Antonio Gaona, comandante del castillo de San Juan de Ulúa, que fue
la principal victima destinada al sacrificio por aquel gobierno conservador,
malo, como todos los gobiernos conservadores que ha habido en el país, dijo, en
el parte que rindió de tan triste jornada: que dos causas habían concurrido,
muy desfavorables, para la defensa del castillo: la una, que siempre había
estado manifestando que las piezas del fuerte se encontraban en muy mal estado,
sin que e hicieran caso; y otra, que se hubiera dejado situar á los buques
enemigos frente á los ángulos de las obras. inutilizando al castillo en su
mayor extensión, por lo que, aunque la defensa fuera honrosa, no podia dar
gloria á las armas de
Así
sucedió en efecto: el fuego enemigo comenzó cuando apenas se desprendió de la
capitana la lancha que llevaba á los parlamentarios mexicanos á Veracruz en
medio de las balas, y desde las dos y media
de
la tarde, hasta las seis y media de la misma, el bombardeo fue arrasante, de
tal modo, que quedaron inutilizados los cañones servibles de la fortaleza y
fuera de combate todos los artilleros y gran número de oficiales y tropa,
siguiendo todavia, aunque más flojo, hasta los tres cuartos para las siete, en
que se solicitó la suspension de las hostilidades.
El
general Santa Anna, que hasta entonces había estado de simple espectador del
bloqueo en su hacienda de Manga de Clavo, y que no podía ver que se
desarrollaran tan ruidosos acontecimientos sin mezclarse en ellos, corrió,
luego que oyó el cañoneo, á presentarse á Rincón, y éste lo comisionó para que
fuera á cerciorarse del estado que guardaba el castillo.
No
era cosa tan fácil, atravesar una legua de mar por entre la metralla; pero
Santa Anna era intrépido cuando quería, tanto mas, cuanto que el fuego casi
llegó á extinguirse cuando él iba en el agua, y logró llegar á la fortaleza
sano y salvo. Allí pudo dar fé de que todo se había ya perdido, puesto que las
piezas estaban desmontadas y no había cureñas de refacción, las municiones eran
escasas, los artilleros habían acabado, dos repuestos de parque habían sido
volados las obras principales estaban destruidas, tres jefes, trece oficiales y
213 soldados fuera de combate, de manera que no se podía pedir mayor sacrificio
á la guarnición, prolongando una defensa inútil, de todo lo cual se levantó una
acta, quedando autorizado Gaona para firmar una capitulación honrosa. Este
valiente jefe exclamó luego:
—Señores,
si alguno cree que todavía estamos en posibilidad de seguir defendiendo la
fortaleza, yo me pongo á sus órdenes para combatir.
Todos
convinieron en que era una temeridad pelear más, y la capitulación se firmó.
Conforme á ella el castillo sería entregado á los franceses á las doce del día
del 28 de Noviembre de 1838, saliendo la guarnición con los honores de la
guerra. A las dos de la tarde todos los buques franceses que había en la bahía
saludaron su pabellón, que fue izado en esos momentos en las torres de Ulúa.
Sin
pérdida de tiempo la escuadra francesa, compuesta de nueve buques y algunas
fragatas, corbetas y bombarderas, formó en línea frente á Veracruz, amenazando
con reducir á escombros la ciudad si no capitulaba, y Rincón, aconsejado por
Santa Anna, que dominó en la junta de guerra, tuvo tambien que capitular. A la
vez el mismo Santa Anna escribía al Ministro de
Entonces
el gobierno depuso á Rincón, sometiéndolo á juicio, y nombró general en jefe á
Santa Anna.
—Heme
aquí otra vez en juego y en camino de
Por
la noche llegó el general Arista, quien estando gravemente enemistado con Santa
Anna, le dijo con sequedad:
—Vengo
á ponerme á las órdenes de V. E., según lo dispuesto por el gobierno.
—Deme
un abrazo, general, le contestó Santa Anna: ante el peligro de la patria
debemos deponer todo resentimiento. Con gusto sería yo el que me pusiera á sus
órdenes, si no fuera porque el peligro es inminente y podrían trastornarse las
operaciones.
Despues
de contentarlo con otras frases melosas, le dijo cuáles eran las medidas que
había dictado para la defensa de la plaza contra el invasor, encareciéndole
mucho que sus tropas redoblaran las marchas para formar un ejército respetable.
Hasta
horas avanzadas de la noche estuvieron charlando y luego se pusieron á dormir á
pierna suelta en el mismo alojamiento.
¡Oh
imprevision militar de aquellos generales! A las cinco de la mañana fueron
despertados por los mismos franceses, que habían desembarcado con sigilo é
invadido la plaza.
Santa
Anna pudo escaparse en paños menores por entre los mismos soldados enemigos que
no lo conocieron; pero Arista, que tenía el sueño mas pesado ó que no quiso
prescindir ni en aquel momento de su carácter de general, cayó prisionero.
Es
el caso que Santa Anna creía que estaba dentro de un armisticio porque había
mandado decir á Boudin, que solicitaba una suspension de armas, y fiado en ello
como se fia en un vago deseo, se desnudó y sufrió la gran sorpresa de aquella
madrugada.
El
general Santa Anna luego que se vio libre corrió á reunir los destacamentos que
había en varios puntos por el rumbo de San Sebastian; pero los franceses que
creían haber conseguido su objeto que era apoderarse del comandante de la plaza
y destruir algunos cañones, habían tomado el rumbo del muelle y allí se trabó
la refriega.
Es
preciso advertir que como ignoraban que Arista estuviera en la plaza, creyeron
que este era Santa
Anna
al llevárselo prisionero.
Santa
Anna pues, á la cabeza de sus piquetes, atacó á los franceses en el muelle:
estos le dispararon una pieza de á ocho que tenían allí cargada de metralla y
el jefe mexicano fue herido de un pié y de una mano.
¡Jesus
mil veces! Estas heridas no solo salvaron á Santa Anna de la deshonra, sino que
fueron su rehabilitacion. Ellas le sirvieron de tema para decir en su
bombástico parte que estaba á las orillas del sepulcro, después de haber
conseguido la última de sus gloriosas victorias. Había rechazado á los
franceses á la bayoneta, los había acribillado, los había presto en fuga y en
seguida se había visto precisado á abandonar la plaza de Veracruz destruyendo
la artillería.
Aquí
hay que advertir que eso solo era lo que se habían propuesto los franceses con
su desembarco.
Santa
Anna se retiró del mando, le amputaron el pie y quedó cojo, lo cual dio lugar á
que después le llamaran el Cojo Santa Anna.
También
aquella hazaña la sirvió para elevarse más después.
Y
este fue el peor de los resultados que nos trajo la guerra de los pasteles».
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